Un año más los coreanos del Norte celebraron la fiesta el trabajo. En esta ocasión no hubo la exhibición de los desfiles masivos, milimétricamente concertados, que hasta hace poco marchaban por la capital Pyongang y las principales ciudades del país. En su lugar las calles y los parques se llenaron con multitudes entregadas a actividades deportivas y culturales. Entre las últimas, la audición del Conjunto Operático Mar de Sangre, que interpretó piezas tan alusivas como "Nuestro dirigente adorado por el pueblo" y "Nuestra bayoneta protege la paz". Quizás el cambio se deba a un signo más de los pequeños cambios interiores con los que el joven Kim Jong-un nieto del "Presidente Eterno", Kim II-sung, e hijo del recién desaparecido Kim Jong el "querido líder", ha querido equilibrar su agresiva política hacia sus vecinos de corea del Sur y Japón.

Lo cierto es que desde el 25 de junio de 1950, en que los del Norte invadieron el Sur, la península coreana y su entorno han estado sometidos al guerrerista Pyongang. Ha sido resultado de un armisticio firmado el 27 de julio de 1957 que decretó el alto el fuego pero no la paz. Desde entonces se han venido sucediendo conflictos armados de mayor o menor intensidad, interrumpidos a veces por encuentros entre las partes para trazar lo que parece un imposible proceso por la Paz y la reunificación.

Mientras, la Zona Desmilitarizada que divide ambas Coreas se ha convertido en uno de los sitios del mundo con mayor concentración de fuerzas militares, listas para entrar en batalla en cualquier momento.

Corea del Sur y su aliado norteamericano no han permanecido indiferentes. A su poderoso ejército, armado por Estados Unidos, los sureños unen las poderosas fuerzas norteamericanas que permanecen en la zona.

En un gesto conciliatorio, Seúl ha mantenido un extenso programa de alimentación, destinada a aliviar las precariedades que padecen los ciudadanos norcoreanos. Un programa que se completa con el patrocinio de zonas de desarrollo industrial cercanas a la frontera en Corea del Norte.

Desde que en la década de los 80 se verificara que Corea del Norte desarrollaba programas nucleares se han firmado y anulado varios tratados para asegurar el desmantelamiento de las investigaciones nucleares de Pyongang. La situación en estos momentos vuelve a ser alarmante.

¿Hasta qué punto las provocaciones actuales del joven Kim Jong constituyen únicamente un cebo para obtener una mayor ayuda económica y tecnológica de sus enemigos? Es la pregunta que debaten los analistas. Los optimistas observan la soledad de Pyongang, visto con recelos por sus más cercanos aliados, los chinos, ajenos a cualquier acontecimiento que los aleje de sus planes de desarrollo. Los pesimistas piensan en una desesperada huida hacia delante de un dirigente joven, ansioso por reforzar su liderazgo.