Los que saben de fútbol aseguran que el mejor árbitro es el que no se ve. El rey se ofrece de árbitro para un gran pacto con el que dar un impulso a la corona. Aunque la foto nunca llegue a hacerse, Juan Carlos ya ha salido en ella. Como la confesada aspiración real es dar un fuerte impulso a la corona, los consensos para luchar contra el paro son solo un medio para conseguir un fin. Le preocupa su paro y el de su hijo y va a lo suyo: ser visto. Exigencia del cargo. Aunque haya televisión aún sale en las monedas y cuelga en los despachos oficiales. Aunque esté en las monedas, sale en televisión, incluso en programas que nadie ve.

Es difícil que pueda vérsele de nuevo con la impunidad informativa de siempre y recuperar en un par de telediarios el perfil acuñado hasta ahora. En este momento es motivo de preocupación de los españoles en las encuestas. Se exige transparencia, ese impudor económico. Cristina, sólo es infanta, y considera un strip-tease enseñarle el IRPF al juez. Si los caballeros no hablan de dinero, cuánto menos los monarcas que tiene barra libre y no necesitan bolsillos.

La casa real tendrá que informar de sus gastos, desplazamientos, banquetes, jardinería y calefacción. ¿Calefacción? ¿De verdad? ¿Banquetes, con lo que las facturas de los restaurantes alimentan la demagogia? ¿Ponerle cifra a los pensamientos, a los alhelíes, a los agapantos?

Todo se ha vuelto sospechoso. En una salida que tiene tanto de echar una mano como de dar una patada, Urdangarín marcha a Catar de entrenador. Al fin trabajará en algo de lo que sabe. El juez, con buen criterio, decidió no retirarle el pasaporte. Nadie puede negarle sus vínculos familiares reales y poderosos. Tendría mala fuga: es muy conocido y se le ve bien. Muchos quieren verlo en la cárcel pero ¿no sería peor un miembro de la familia real española con orden de busca y captura internacional?