Resulta descorazonador escribir un artículo que no leerá ninguno de sus destinatarios, pero también se hace inevitable al abordar al uno por ciento de la población, el porcentaje popularizado por el Nobel de economía Joseph Stiglitz para agrupar al puñado de plutócratas que estrujan al restante 99 por ciento de la humanidad. La expresión "uno por ciento" fue enarbolada como enseña de la injusticia global por movimientos como el 15-M o su sucedáneo estadounidense, Ocupad Wall Street. La obsesión solidaria que se concentraba antaño en la lucha contra la pobreza, se ha desplazado al combate de los desequilibrios. A falta de decidir en qué segmento se ubica el lector, la élite de los potentados se ha concentrado en el 0,1 por ciento, y hay quienes se refieren ya al 0,01. Es decir, el uno por ciento del uno por ciento. La acumulación de la riqueza mundial en pocas manos prosigue a tan buen ritmo que los propietarios del planeta podrán contarse pronto con los dedos de una de esas manos. Para concretar el nivel de lujo asociado con esta posición, la terraza del chalet de Bernie Ecclestone en Gstaad dispone de un bar de champagne hecho de hielo. Pues bien, el servicio del magnate de la Fórmula 1 se dedica a planchar la superficie helada para garantizar su suavidad. En datos más gélidos, el uno por ciento ingresa más de 250 mil euros al año. El 0,1 incrementa su riqueza en más de un millón de euros anuales. Finalmente, el uno por ciento del uno por ciento ingresa más de seis millones de euros al año. Equivale al salario de 300 trabajadores españoles. El uno por ciento del uno por ciento cuenta con poder suficiente para doblegar a cualquier Estado. De hecho los suplantan -Apple posee mayor liquidez que Estados Unidos en su conjunto- bajo el pretexto de orientarlos con fines altruistas. Para dar idea de la potencia relativa, los magnates norteamericanos Warren Buffett y Bill Gates poseen tanto dinero como 132 millones de sus compatriotas, en el país más rico del mundo. Los 45 mil millones de euros adjudicados a Amancio Ortega hacen que la fortuna del patrón de Inditex equivalga a los ingresos anuales de seis millones de sus compatriotas. Y sigue creciendo. Aceptar estas cifras sin adjuntarles una severa disfunción no está al alcance ni de los genios que han provocado el colapso económico mundial. La filosofía del uno por ciento descarta por impertinentes a nueve de cada diez ciudadanos. De facto, adquieren el rango de superfluos o "sobrantes", en la ajustada terminología acuñada en la España de Felipe V. El uno por ciento del uno por ciento equivale a menos de un millón de personas a escala global, en el rango de usuarios de reactores privados y de los antiguos billonarios. En cuanto a su ubicación, baste reseñar que Mercedes venderá la mayoría de sus coches en China. Un país comunista se ha convertido en uno de los más desequilibrados del planeta, por el abismo económico entre las regiones interiores y las costeras. Los nuevos magnates exigen que sus vehículos tengan reposavasos térmicos, para conservar caliente o fría la bebida correspondiente. El propio Obama, cuyos ingresos anuales antes de acceder a la presidencia se cifraban en millones de euros, ha denunciado en público la distorsión que introduce la avidez de "los ricos", que además "juegan con otras reglas". Bill Clinton acudió raudo a corregir a su sucesor, introduciendo el matiz de que "yo no les ataqué por su éxito". En efecto, tanto el expresidente Demócrata como Tony Blair -por no hablar de González, Aznar, Sarkozy o Schröder- han porfiado para granjearse la amistad del uno por ciento del uno por ciento, con el sueño inconfesable de acceder al privilegiado club. La mala noticia es que los nuevos amos del universo trabajan incansablemente, a diferencia de los terratenientes o aristócratas de antaño. Han abdicado de la molicie hasta que acceden a la espiritualidad, y su competitividad garantiza la polarización creciente. La biblia actual de este club fluctuante es Plutócratas: Los superricos globales. En el libro de Chrystia Freeland, periodista del ultraliberal Financial Times, se efectúa un relato equilibrado de una clase que ha tomado las riendas de la humanidad sin necesidad de embarcarse en conspiraciones novelescas, ni de agruparse en trilaterales o clubes Bilderberg. Dado que la ortodoxia no se plantea la redistribución de la riqueza, la incógnita plantea si el globo puede soportar la presión del uno por ciento del uno por ciento sin que sobrevenga el estallido.