Dicen que Borges, lector incansable, imaginaba el cielo como una biblioteca inmensa. Con inabarcables hileras de anaqueles, repletos de volúmenes de todos los géneros, temas, épocas y encuadernaciones. Mucho más grande que el cementerio de los libros olvidados de Ruiz Zafón.

Cuantos aman los libros sueñan algo por el estilo, y procuran que la suya esté siempre surtida con ejemplares de lectura inmediata y libros en espera. ¡Qué ansiedad no tener listo el siguiente!. Es el fondo de biblioteca que, como el fondo de armario de las casas, guarda libros que no son de actualidad, que se pueden leer en cualquier momento porque no pierden un ápice de valor. Los perennes, siempre sugestivos, también útiles.

Con motivo del sesquicentenario de "Cantares Gallegos", del fondo de biblioteca he sacado "Cartas a Murguía", (1856 y 1867), preparado y revisado por los académicos Xosé Ramón Barreiro y Xosé Luis Axeitos.

Como todo epistolario es un arcano. El periodo dado a conocer -completo llega hasta su muerte, en 1923-, abarca los años de mayor producción, cuando elabora el "Diccionario de escritores gallegos", que edita en Vigo Juan Compañel, y los dos primeros tomos de la "Historia de Galicia", que publica en Lugo Soto Freyre.

Ambas obras de Murguía, los "Cantares" y las novelas de Rosalía, cómo se venden por suscripción en Galicia -no existían las librerías-, las premuras económicas de la familia, los personajes con los que se relacionan, las filias y fobias, la salud de la poetisa y los constantes viajes del historiador..., todo está en el epistolario.

También los datos que apuntalan hipótesis cuestionadas y niegan verdades incontrovertibles de la trayectoria del matrimonio. Por ejemplo, que residieron en Vigo y no en Lugo.

En efecto, Murguía estuvo en Vigo, de director de "El Miño", entre septiembre de 1859 y febrero de 1860, y durante algunas semanas lo acompañó Rosalía.

Es uno de los asertos cuestionados que sale reforzado, ya que algunos autores ignoran que hayan residido en Vigo.

Pero también desmiente una aseveración que parecía incontrovertible: la residencia en Lugo. Así lo señala la Wikipedia - "residieron en Lugo en el año 1865"-, siguiendo a la mayoría de los biógrafos, incluido Del Riego.

El epistolario prueba que ni el matrimonio ni Murguía individualmente residieron en Lugo. No aparece un solo dato que lo atestigüe del constante cruce epistolar con Soto Freyre. Pero sí figuran desmentidos. En carta del 13 de junio de 1866, el editor reprocha a Murguía: "He dicho un millón de veces que si viviéramos en el mismo pueblo, ni habría disgustos para U. ni la obra estaría tan atrasada".

El mentís definitivo aparece en la carta que envía Soto Freyre a Rosalía el 10 de marzo de 1867. Le propone: "Si U. tiene su retrato fotográfico, agradecería una tarjeta, porque es tiempo de que tenga el gusto de conocerla".

Soto Freyre publicó en ese año la novela más conocida de Rosalía: "El caballero de las botas azules". Con anterioridad, Compañel había editado "Flavio", en un folletín por entregas en "El Miño".

Son contadas las cartas con remite vigués, lo que demuestra que, salvo con Juan Compañel, Murguía no mantenía relaciones en la ciudad. Se movía con familiaridad por Santiago, Coruña, Ferrol y Pontevedra. Y veraneaban en Caldas, por razones de salud de Rosalía.

De la escasa correspondencia viguesa, hay una carta curiosa del pintor Serafín Avendaño, fechada en Génova, en 1864. Comenta a Murguía. "En un periódico he leído que un escrito de Rosalía había causado una Revolución en Santiago. Dila que yo no creía jamás fuese tan revolucionaria".

No es la única vez que Rosalía sorprende a la sociedad de su tiempo. En 1881, en un artículo sobre "Costumbres gallegas", publicado en "El Imparcial", narraba que cuando aparecía un náufrago en las costas, quien lo recogía en su casa atenuaba su desamparo entregándole a la mujer más atractiva de la familia.

Tal fue el escándalo que produjo y los ataques que recibió de los "nacionalistas", que escribió a su marido -entonces en Coruña- asegurándole que no volvería a escribir en gallego. Y cumplió la palabra.

Rosalía, que había entrado con fuerza en el mundo literario, tras la publicación de "Cantares", era muy apreciada. No hay remitente que no le enviara saludos: de Valle Inclán, Ruiz Aguilera, Pondal, Vicetto -antes de enemistarse con Murguía-, y todos los ilustrados. Uno de ellos -el escritor ferrolano Justo Gayoso- relata como percibían sus versos los coetáneos. Nadie como Rosalía describe "el encanto y poesía con que sabe revestir las escenas melancólicas del campo gallego".

Un juicio compartido por los lectores de la época, y en la línea del poeta del Faro, Posada Pereira, autor de la única crítica de "Cantares" que se publica en un periódico gallego. Al que achacan sus críticos haber iniciado la leyenda de la Rosalía folklórica y descomprometida. Pero la suya era la visión con que se percibía la lírica de la poetisa, sin las extrapolaciones posteriores.

El epistolario, cedido a la Real Academia Galega por Gala Murguía de Castro -última hija superviviente del matrimonio-, no pudo ser revisado, catalogado y editado hasta la pasada década. Es una fuente de sorpresas que contiene datos que iluminan partes desconocidas de la biografía de Rosalía. Un libro de fondo de biblioteca, que deberían repasar quienes precisen revisar antiguas tesis.