"Echo de menos el silencio", se lamenta el veterano artista italiano Giulio Paolini (Génova, 1940), al hablar de todo lo que rodea al arte de hoy. Falta en efecto silencio y sobra espectáculo.

Paolini es, junto a figuras como Merz, Manzoni, Kounellis o Pistoletto, uno de los representantes de la corriente conocida en Italia -y en el resto del mundo- como "Arte Povera", así llamada por utilizar materiales humildes o nada tradicionales como cristal, madera, harpillera o tierra.

Artista de gran rigor conceptual y espíritu experimentador, Paolini ha llevado a cabo una profunda reflexión crítica sobre la práctica artística, a la que ha dedicado además numerosos escritos teóricos.

La obra de Paolini estará en el pabellón italiano de la próxima edición, la número 55, de la Bienal de Venecia (desde el 1 de junio hasta el 24 de noviembre), y con ese motivo le han entrevistado para el semanario italiano "L'Espresso".

"Echo de menos el silencio. Echo de menos los lugares como los pequeños museos, una casa de artista como la de Gustave Moreau, en París, o el estudio de Cézanne en Aix-en-Provence, donde se respira a pleno pulmón la presencia del creador", afirma.

Es la nuestra época de museos, que se encargan a reputados arquitectos y muestran a los mismos artistas. Museos sin originalidad ni personalidad, con frecuencia pura cáscara sin contenido, que organizan siempre las mismas exposiciones, que uno ha visto ya en otra parte, y cuyo único objetivo parece ser la venta de catálogos y objetos de adorno.

"Echo de menos el museo como lugar sagrado que no puede reducirse a consagrar su misma función comunicativa sino que debería concentrarse en una cosa y no en todas las cosas", explica el artista italiano.

Paolini critica entre otras cosas el que el museo, que era en otros tiempos un lugar casi inalcanzable para un creador, sea hoy un lugar de "fácil, casi obvio acceso" para cualquiera que se declare activo en el ejercicio del arte. Es "mentalmente turbador" el que pueda decirse, como ocurre hoy, "soy artista y entro directamente en el museo".

El museo ha perdido su carácter "sacro" y el lenguaje del arte contemporáneo se ha convertido en algo "común a todas las latitudes y civilizaciones".

"El museo, nos dice, se ha convertido en un aeropuerto internacional, al que por otro lado cada vez se asemeja más". Esos aeropuertos donde uno encuentra siempre los mismos productos, ya sean libros, licores, corbatas o perfumes.

Y hablando de arquitectura de museos, esa manía que tanto debe al Guggenheim bilbaíno de Frank Gehry, el artista italiano no escatima sus críticas al diseñado por la conocida arquitecta anglo-iraquí Zaha Hadid, el "MaXXI" (Museo Nacional de Arte del Siglo XXI), de Roma.

"No he pisado el MaXXI. Es una promesa que hice. Pero he visto fotos de esa monstruosa arquitectura, gritona, fuera de escala y de mal gusto". Critica que Paolini no circunscribe a los edificios como tales sino a la propia función museística. Los museos, "en lugar de sacralizar, se convierten en lugar de producción".

Y están además, para colmo, las ferias de arte -fenómeno en expansión continua-, que suscitan en él "una creciente intolerancia que es directamente proporcional a su éxito". O las subastas, que hacen que se hable de un artista sólo en términos del precio que en ellas alcanzan sus obras.

Espectáculo y mercado, cuando, para crear, haría falta hoy más que nunca el silencio.