Los aeropuertos gallegos prosiguen su particular descenso a los infiernos. La falta de una política aeroportuaria para toda la comunidad lastra día tras día a las tres terminales en beneficio de su gran competidor, Oporto. El pasado año perdieron 585.000 usuarios. Cayeron a tráficos de 2005. Mientras, Sa Carneiro volvía a rebasar su techo histórico. La tendencia se mantiene en 2013. En el primer trimestre han perdido 84.000 pasajeros. Están en las cifras más bajas de los últimos ocho años.

La crisis afecta a los tres, pero no lo hace de igual manera. Entre otras razones porque no compiten con las mismas armas. Peinador debe hacerlo con las manos atadas a la espalda. Mientras Lavaco-lla goza de las millonarias ayudas que la Xunta concede a Raynair y el Concello de A Coruña destina cuatro millones para Alvedro, a la terminal viguesa se la condena a pelear sin subvenciones.

Los daños, que ojalá no sean irreparables, aumentan sin cesar. Air Europa se va para Alvedro con sus modernos aviones de 122 asientos. En Vigo operará a partir de junio con turbohélices de 68 asientos pertenecientes a Swift Air. Se perderán 2.000 plazas semanales. Y a menos plazas, mayores costes. El billete de ida y vuelta a Madrid desde Alvedro costará 136 euros, por 300 euros el de Peinador. Las agencias de viajes advierten de que será la tónica habitual.

Un ventajismo similar al generado con la implantación de Ryanair en Lavacolla. Comenzó Fraga, en 2005, a dar subvenciones a la compañía irlandesa, continuó haciéndolo el bipartito y mantiene la dinámica Feijóo. Al terminar este año habrá recibido casi nueve millones de euros. Con el dinero de todos los gallegos, la low cost, que venía para implantar enlaces internacionales, abrió un entramado de líneas nacionales en competencia directa con el resto de aeropuertos. Los abrió con Valencia o Sevilla, por ejemplo. Empezó a operar con ellas en 2010. Pues bien, ninguna de las dos está ya en la oferta de Peinador. Lo ocurrido con Madrid fue aún peor. Cercado por Sa Carneiro, también subvencionado, y Lavacolla, Peinador ha pasado en tres años de ser la terminal gallega con más vuelos a la capital de España a ser la que menos usuarios tiene ahora.

El caso del vuelo a París resulta aún más sangrante si cabe. La Xunta sufragó el enlace Santiago-París en sus inicios, pese a que existía ya esa conexión en Peinador sin ayudas. La ruta en Vigo se redujo de cuatro frecuencias diarias a solo dos por la marcha de pasajeros a Santiago. ¿Que dónde está el problema? Pues en que los billetes de Peinador los pagaba cada viajero, mientras que los de Lavacolla los pagamos todos los gallegos, volemos o no. La tónica, siempre la misma: Vigo y su área metropolitana ponen los viajeros y otras ciudades ponen los aeropuertos.

Las subvenciones encubiertas a las aerolíneas son un fracaso, como reconoce la propia Xunta. No traen a Galicia más viajeros, sino que los meten por un aeropuerto u otro, en función de donde les den las ayudas. Y tampoco consolidan las rutas una vez agotado el plazo de la subvención, por cuantiosa que ésta sea. Que lo es: Galicia fue la tercera comunidad que más ayudas concedió a las compañías aéreas en el quinquenio 2007/2011, un total de 22,6 millones entre Xunta y municipios.

Lo lógico, así pues, sería suprimirlas y dejar que las terminales compitiesen limpiamente y coordinadas. Se supone que ésa es la política de la Xunta, dado que en 2011 prometió no renovar las ayudas a Ryanair en Lavacolla cuando concluyan en diciembre de este año. Pero mientras esa igualdad de oportunidades no se dé, mientras las terminales no compitan con las mismas armas, obligar a una de ellas a operar sine die sin ayudas es condenarla a desaparecer.

De ahí la gravedad de la postura del PP de Vigo de vetar las subvenciones del Concello a Peinador mientras sus compañeros de A Coruña y la Xunta las mantienen en Alvedro y Lavacolla, respectivamente. Intentar justificar tal dislate en aras de la coherencia es peor que una equivocación, es una memez que implica asumir la responsabilidad de dejar sin aeropuerto al sur de Galicia. Casi nada.

Desde una perspectiva de vertebración territorial y de visión de país, como les gusta decir a los políticos, se trata de un error monumental, histórico. Obsesionada por una centralidad inexistente y amedrentada por unos poderes fácticos obsoletos, la Xunta desatiende a media Galicia, a todo el sur de la comunidad, y, de paso, renuncia a captar mercados y flujos económicos del norte de Portugal. Y así, vamos los gallegos a Oporto, en vez de venir los portugueses a Peinador. Por cierto, de la misma manera que no vendrán a usar el futuro AVE porque Galicia decidió desviarlo a ese supuesto centro, relegando la conexión del sur.

Hay quien intenta, una vez más, airear el viejo cliché de los localismos para justificar tanto despropósito aeroportuario. Pretenden seguir parapetados tras la sibilina monserga de que la defensa de los intereses del eje A Coruña-Santiago es galleguismo, mientras que la de Vigo y el sur es palurdo localismo. Pero ya no cuela. Y en lo referente a aeropuertos, menos que en ningún otro aspecto.

Suele recordarse, para evidenciar el cambalache aeroportuario español, que Alemania, con 80 millones de habitantes y más del doble de extensión tiene 39 terminales, mientras que España cuenta con 52, es decir, tantas como provincias más Ceuta y Melilla. Curiosamente, la provincia de A Coruña ostenta el privilegio de tener no solo uno, sino dos aeropuertos. Y curiosamente también, los 60,8 kilómetros que separan Lavacolla de Alvedro es la distancia más corta existente entre dos terminales españolas, una proximidad que vulnera los más elementales criterios mundiales no solo de eficiencia y rentabilidad en tráfico aéreo, sino de simple sentido común.

Con esos datos sobre la mesa, ¿quieren hacer el favor de explicar los responsables de la Xunta, los líderes del PP vigués, sus innombrables adláteres y amanuenses por qué ese desvergonzado empeño en hacernos creer que el aeropuerto que sobra es el del sur de Galicia? ¿Pueden exponer un argumento coherente, uno solo, para subvencionar a manos llenas dos terminales que distan apenas media hora en coche entre sí mientras relegan la que atiende a la población más distante y que, además, compite con la terminal de otro país?

Dos años lleva Galicia esperando a que expire el concierto de la Xunta con Ryanair en Lavacolla para que, tal y como prometió, se acaben las ayudas públicas y se pueda así replantear el mapa aeroportuario gallego. Pero la ambigüedad de las últimas semanas hace temer lo peor. Que ni esa promesa se cumpla. Que volvamos a las andadas. Parece que la nueva estrategia consiste en quitarse el problema de encima pasándole la patata caliente a Aena, una postura en verdad curiosa para una administración autonómica que, acertadamente, presume de que nada de interés para Galicia le es ajeno.

Lo cierto es que no queda margen para más bandazos. En su día se acusó, y con razón, a los alcaldes, entonces todos socialistas, de dinamitar el llamado Comité de Rutas con sus subvenciones a las compañías. Ahora, subvenciones más cuantiosas son aplaudidas porque las concede un correligionario en A Coruña. Y mientras, para más inri, se impide que se otorguen en Vigo. ¿Alguien tiene alguna ocurrencia más?

La consecuencia de tanto disparate es que seguimos con un absurdo y costoso modelo aeroportuario, cada vez menos competitivo y útil para los gallegos. Si de verdad se quiere arreglar el problema toca coger el toro por los cuernos y diseñar de una vez una política aeroportuaria para Galicia y el noroeste peninsular, una política que pasa, inevitablemente, por la coordinación y por cortar la hemorragia hacia Sa Carneiro. Para ello son necesarias dos cosas: sentido común y determinación. Eso, o dejar que los aeropuertos compitan entre sí. No hay otra. Por supuesto, que compitan en igualdad de condiciones, no como hasta ahora. Porque, en esto de los aeropuertos, de patrañas ventajistas y burdos regates políticos para andar por casa vamos ya más que sobrados.