"Magdalena lo hace muy bien en escribirnos y está aquí ahora y dice que os diga de su parte que quisiera más estar con vosotras que enviaros recado; y yo digo que, aunque se le levantan los pies cuando oye algún son, se cansa ya tanto que no puede bailar?". Corresponde este fragmento a una carta de Felipe II, desde Lisboa, el 21 de junio de 1582, a sus hijas las infantas Isabel Clara Eugenia y Catalina Micaela -habidas de su matrimonio con Isabel de Valois-. Es una de las treinta y cuatro cartas descubiertas por el historiador belga Louis Prosper Gachard, en los archivos piamonteses, publicadas en París el año 1884, bajo el título Lettres de Philippe II à ses filles les Infantes Isabelle et Catherine, a las que posteriormente se sumarían noventa y dos remitidas a Catalina Micaela en exclusiva y siete más provenientes del mismo archivo (Bouza FJ ed. Cartas de Felipe II a sus hijas. Madrid: Ed. Turner; 1988). Esta correspondencia, de carácter estrictamente privado y familiar, nació para ser destruida después de ser contestada, ocupándose el propio rey de mandar quemar las que les enviaban las infantas -"A las demás cartas vuestras, por ser ya viejas, acuerdo de no responder, sino quemarlas, por no cargar más de papeles?" (Carta XXIII, Lisboa, 30 de julio de 1582)-. Si se conservan es gracias a que, en 1585, Catalina Micaela, al casarse con Carlos Manuel I, duque de Saboya, se las llevó consigo al Piamonte y terminaron en el Archivo de Estado de Turín.

Cuando Felipe II accedió al trono portugués, trasladó su residencia a Lisboa, entre diciembre de 1580 y marzo de 1583. El rey se encontraba en el cenit de su madurez avanzada y acusaba las penalidades personales sufridas, la más reciente el fallecimiento de su esposa Ana de Austria, cuando ésta tan solo contaba treinta años de edad. Doña Ana había sido una mujer muy bondadosa, que cuidó con ternura a sus hijastras como si fueran sus verdaderas hijas. Dicen los cronistas de la época, que este triste acontecimiento transformó al monarca en viejo en una sola noche: sus cabellos encanecieron, su barba se volvió casi blanca y bajo sus ojos se formaron grandes bolsas. A pesar de lo sufrido, la estancia del rey en Portugal fue una de las mejores etapas de su vida y en la que dejó traslucir su verdadera humanidad y sentimientos a través de esta correspondencia con sus hijas, en la que se muestra paternal, tierno y cariñoso, interesado por la salud, el crecimiento y la educación de sus hijos, y el bienestar de las personas allegadas, los altos dignatarios, sus bufones y enanos de la corte y sus servidores, revelado de forma abierta, con serenidad, humor e ironía. El epistolario familiar, tal como afirmó Gregorio Marañón: "Justamente ha contribuido a ennoblecer la memoria de este Rey" y derribar el perfil demoniaco de la Leyenda Negra. De todos modos, aunque Portugal fuese considerado el Jardín de Europa por sus agradables bosques, viñedos, praderas y viento cálido del oeste, con lluvias frecuentes, y a pesar de que el lugar donde residía fuese idílico, Felipe II vierte en sus cartas sentimientos de nostalgia, y solamente dice sentirse en su propia casa cuando está en la severa y seca Castilla. En su correspondencia a las infantas, entre otros muchos datos, el monarca cita repetidamente a la enanita Magdalena Ruiz, que le acompañó a Portugal y formó parte de su corte de Lisboa.

De Magdalena Ruiz, llamada La loca, sabemos que fue enana y loca, y el dato más antiguo que se conoce corresponde a 1568. Al principio estuvo al servicio de la princesa doña Juana, hermana del monarca, y después fue criada de la infanta Isabel Clara Eugenia desde que ésta tenía dos años. En el Archivo de Palacio figura una relación de los gastos de tela para vestir a una mona, propiedad de la enana, posiblemente una de las que aparece en el retrato que a continuación estudiaremos. A través del epistolario familiar sabemos que el rey le tenía gran cariño y que sus aventuras despertaban gran interés en las infantas, por lo que se refiere a ella en muchas ocasiones y describe lo que hacía, cómo era su carácter y cuáles eran sus preferencias. De este modo, conocemos que era aficionada a los toros, al baile y a la bebida y que, cuando estaba de mal humor y bajo los efectos del exceso de vino -lo que ocurría con mucha frecuencia-, se permitía expresar su mal carácter e incluso regañar al propio rey. También estamos al tanto de otros muchos pormenores: sus predilecciones por determinadas comidas, su gozo por el canto de los ruiseñores, sus peleas con Luis Tristán, el jardinero real, o su alegría por la marcha de su sobrino, dado que era el que le limitaba el consumo de vino. Por estas cartas, también tenemos noticia de que la salud de Magdalena Ruiz no era buena: estaba flaca, sorda y medio caduca, se cansaba con facilidad y le daban desmayos. En un momento determinado, su enfermedad debió de agravarse, dado que le hicieron una sangría. Felipe II advirtió que estaba muy pálida y ojerosa, por lo que le ofreció un vaso de vino que ella rechazó, ante lo que el rey afirmó: "lo que para ella es un mal síntoma". En 1597, Magdalena estaba en el convento madrileño de Santa Isabel, retirada de Palacio, debido a su pésimo estado. En 1605 murió en El Escorial, según consta en partida de defunción existente en la iglesia parroquial de El Escorial de Abajo.

En el Museo del Prado (Madrid), se conserva el óleo La infanta Isabel Clara Eugenia y Magdalena Ruiz (1585-1588), procedente de la Colección Real del Palacio del Buen Retiro. El retrato de fórmula tradicional al uso de la Corte, representa a la infanta Isabel Clara Eugenia, hija primogénita de Felipe II, junto a la enana Magdalena Ruiz. La infanta aparece de pie, mirando directamente al espectador, vestida con riquísimo traje blanco bordado en oro, sombrero alto con plumas y joyel, a la moda de Hungría, y luce espectaculares joyas que pertenecieron a su madre Isabel de Valois y a su madrastra Ana de Austria -entre las que resalta un camafeo con la esfinge de su padre que sostiene en su mano derecha y que había sido tallado por Jácome de Trezzo- y que son joyas que expresan de forma clara y simbólica la continuidad dinástica. Su mano izquierda se apoya en la cabeza de Magdalena, que se describe como arrodillada a su lado, aparece cubierta con tocas y sostiene en ambos brazos a dos monillos. Asimismo, se adorna con un ostentoso collar de coral de dos vueltas con el que juega uno de los monos. Se ha dicho que la figura de la enana parece colocarse en un escalón intermedio entre los monos y el ser humano en plenitud, representado por la infanta. En los inventarios del Alcázar de 1600 y 1636 el lienzo no es atribuido a ningún pintor en concreto; no obstante, hoy se acepta la intervención del taller del pintor de Cámara de Felipe II, Alonso Sánchez Coello (1531 - 1588). Sin embargo, dada la dureza en la representación y el recargamiento decorativos, impropios de Sánchez Coello, se cree que fue ejecutado por alguno de sus discípulos, aunque el rostro de la infanta y el de la enana sí parecen obra del maestro. Existe otro retrato de Magdalena Ruiz en el Museo de Santa Cruz de Toledo, también atribuido a Sánchez Coello.

En su día, en colaboración con mi hermana la doctora Marisa Martinón, realicé el estudio patobiológico del retrato de Magdalena Ruiz. Sus rasgos se corresponden con algunos de los tipos de una enfermedad ósea constitucional, denominada condrodisplasia metafisaria, concretamente la tipo Jansen: frente peculiar, rebordes orbitarios, ojos prominentes y separados, mandíbula acusada y deformidades características de las manos. Si nuestra hipótesis diagnóstica es cierta, la paciente no estaría arrodillada, como se ha descrito; parecería estar en cuclillas debido a las piernas incurvadas que condicionan estos trastornos, los cuales a su vez, producen deformidades graves en flexión de las articulaciones de la cadera y rodillas, y como consecuencia un enanismo intenso del que hay constancia histórica (Moreno J. Locos, enanos, negros y niños palaciegos. Gente Placer que tuvieron los Austrias en la Corte Española desde 1563 a 1700. Presencia: Casa de España en México; 1939) y no prácticamente inexistente, si realmente estuviese arrodillada. Además, la actitud áulica de protección de Isabel, traducida en su dulce rostro y juzgada como bella, trabajadora e inteligente, se opondría a la de posesión y ostentación de esclavitud, propia de la posición oficial interpretada. Por otra parte, la condrodisplasia metafisaria explicaría sus mareos, su habitual cansancio, caídas y en general, su quebrantada salud. La condrodisplasia metafisaria tipo Jansen, se produce por una alteración del gen PTH1R y se han identificado cuatro mutaciones diferentes. La presencia de una de estas mutaciones provoca una regulación anormal de los niveles de calcio y fósforo dependientes de la hormona paratiroidea (PTH) -encargada de regular los niveles de estos minerales- y en la placa epifisaria (extremo del hueso por el que crece), donde sirve como mediador de la regulación del crecimiento y diferenciación de los condrocitos (células que sintetizan la matriz cartilaginosa sobre la que se forma el hueso).

Finalmente, a estos datos se suma el fragmento de la carta con la que iniciamos este artículo: "? y yo digo que, aunque se le levantan los pies cuando oye algún son, se cansa ya tanto que no puede bailar?", que expresaría las limitaciones que ocasionan los cambios osteartríticos propios de la enfermedad que proponemos como probable padecimiento de Magdalena Ruiz.