Me gustaría que leyesen la siguiente declaración: "Tendemos a decir que los jóvenes no leen. Sin embargo, luego vas a una feria del libro y las colas más largas las tiene Laura Gallego, las tiene Federico Moccia, las tiene Jordi Sierra...". Retengan la idea central: los jóvenes leen; lo prueban las colas que forman los autores de literatura juvenil. Mal razonamiento. Por una parte, tan conocido como practicado es el fetichismo de la firma. Muchos de quienes corrían tras Sergio Ramos o David Villa la pasada semana en Gijón no acuden todas las semanas a los campos de fútbol: son aficionados a Sergio Ramos y a David Villa, ídolos de los que esperan que alguna bondad sobrenatural se les pegue gracias a una rúbrica en papel o foto. Por otra parte, si las colas son la prueba de que los jóvenes se enganchan a la lectura gracias a esos autores de novelas para adolescentes, debería haber colas también ante las demás casetas, so pena de colegir que los chavales abandonan en la edad adulta la costumbre lectora espantados ante la inmundicia que leían años atrás.

Lo curioso es que la declaración citada no pertenece a unos de esos sabios y eruditos y leídos y vividos escritores optimistas u optimísticos que con tanto ardor defienden que en España se lee que es un no parar. Procede de Francisco de Paula Fernández, alias "Blue Jeans", Dios lo perdone. "Blue Jeans" es autor de títulos cuyo enunciado creíamos en copyright exclusivo de doña Corín Tellado: "Canciones para Paula", "¿Sabes que te quiero?", "Cállame con un beso", "¡Buenos días, princesa!" y "No sonrías que me enamoro" (sic, sin coma ni nada), 479 páginas a la canal. Francisco de Paula Fernández "Blue Jeans" es un joven sevillano, de pinta muy apacible, gorra y hablar suave, que se está poniendo las botas entre "tuentiteros" y "tuiteros". Miles de chavales y, sobre todo, chavalas (a juzgar por sus vídeos promocionales) le siguen, le adoran, le veneran en las redes y en el papel impreso, forman colas apabullantes cuando firma. Aplaudo sin reservas y sin el menor asomo de ironía el modo de ganarse la vida que ha encontrado. Bravo por él.

Ahora bien, ¿es literatura "No sonrías que me enamoro", por ejemplo, o es un artefacto "llenaocios"? ¿Debemos colocarlo en la estantería de los sudokus, las sopas de letras y los videojuegos o entre "El maestro de Petersburgo" y la poesía completa de Pessoa? Yo no tengo ninguna duda al respecto. El valor estético de esa obra es nulo; ni contiene altura de dicción ni de pensamiento; ni describe bien ni narra siquiera regular; sus toneladas de diálogos son una sarta de lugares comunes; sus personajes (adolescentes atribuladísimos, niñatos que se sienten fatal, horrible, desastroso -la escritura es pésima-, si no sé qué le pasa al Whatsapp, burguesitos ociosos de una sociedad balnearia), cartón piedra puro; ni eleva el espíritu leerla ni lo hace decaer; ni forma ni informa; ni instruye ni educa. Tópico tras tópico, autocomplacencia tras autocomplacencia. Es pura vacuidad, es nada de nada.

¿Que, no obstante lo dicho, la compran tropecientos miles de jóvenes? Pues nada, que la disfruten, allá ellos. Pero una cosa: no es literatura, es sólo un juguete más. No tiene nada que ver con lo que miles de profesores de cualquier país civilizado tratan de transmitir a sus alumnos. Por eso se me puso la gallina de piel (como decía el otro) cuando leí en la solapa de esa cosa la opinión de una lectora: "Gracias a tus libros me aficioné a la lectura". No, hija mía, no, gracias a esos libros te aficionaste a lo que quiere el poder que sea la lectura: un conjunto vacío de contenidos envuelto en papel brillante. La lectura es otra cosa y ningún estadístico decente te incluiría entre los lectores. Leer no consiste en distinguir palabras. Es más: ten cuidado, pues leer te puede hasta cambiar la vida y convertirte en lectora.