De acuerdo, si ustedes convierten la Biblia en una serie de televisión, yo la juzgaré como una serie de televisión. Y, como serie de televisión que es, "La Biblia" es un auténtico truño.

Las interpretaciones de los actores son de una vulgaridad extrema en una época en la que las series de televisión dramáticas norteamericanas destacan por la prodigiosa interpretación que consiguen elaborar sus actores; nada que ver la Sara de "La Biblia" con la Carrie Mathison de "Homeland" o la Ellen Parsons de "Damages". La recreación del mundo antiguo que se nos ofrece es un vulgar pastiche en sus decorados y en sus ambientaciones, lo cual resulta sencillamente inexplicable en un producto televisivo que se presenta como una superproducción, una vez que ya hemos podido disfrutar de series como "Los Tudor" o "Roma". El desarrollo dramático de los personajes, la complejidad de su psiquismo, sencillamente, da vergüenza ajena después de haber conocido a Tony Soprano o a cualquiera de los pacientes de Paul Weston en "In treatment"; es cierto que la obra en la que se basa la serie no destaca por la riqueza de matices de sus caracteres, pero se espera de una adaptación actual -y de la adaptación hablaremos ahora- que supla estas carencias dotando de más profundidad a personajes planos como los de Abraham o Moisés. Y, por último, claro, hay que destacar la pobreza y la arbitrariedad con las que se ha adaptado el texto original, llenando el resultado de elipsis gratuitas y diálogos anacrónicos, error inexplicable tras ver en televisión otras adaptaciones del mismo subgénero de ficción gótica, como la adaptación de las novelas de Charlaine Harris en la serie "True blood" o las temporadas de "The walking dead" que derivan de los cómics homónimos de Kirkman y Moore.

En fin, confiemos que la inminente tercera temporada de "Juego de tronos" nos haga olvidar una de las peores series de ficción sobrenatural de los últimos años. No parece que la productora tenga planes de realizar una segunda temporada.