Salió el presidente del Eurogrupo, el holandés Jeroen Dijsselbloem a decir que la solución chipriota debería servir de patrón para otras crisis bancarias, y a la bolsa le dio un soponcio. ¿Cómo osa? La solidez del sistema se basa en la certeza que las malas decisiones bancarias las pagaremos entre todos los contribuyentes; la mera insinuación que vaya a ser de otra forma desata el pánico inversor. Y sin embargo, la receta chipriota no es tan revolucionaria. En primer lugar, los contribuyentes de los países del Eurogrupo (nosotros, por ejemplo) vamos a poner 10.000 millones, contra los seis o siete mil que van a costear los inversores y empleados de los bancos fallidos. O sea, que el ensañamiento es relativo.

Y en segundo lugar, hay un antecedente bien cercano de castigo al inversor: el nuestro. ¿O acaso hemos olvidado a los accionistas de Bankia que han perdido todo su capital porque el valor de las acciones ha pasado de 3,75 euros un céntimo? ¿O acaso olvidamos a los titulares de participaciones preferentes, adquiridas como sucedáneos de depósitos y sujetas ahora a una quita bastante peor de la que van a padecer los mayores depósitos chipriotas? ¿O a los compradores de deuda subordinada, que en su momento parecía tan sólida como una libreta a plazo fijo? ¿O a los empleados, víctimas del proceso para redimensionar las entidades? El memorando del rescate bancario español lo dejó bastante claro: la banca es un negocio y cuando se hunde arrastra a quienes apostaron por él. Con excepciones, claro: la deuda senior, en primer lugar, que en el caso español se respetó porque sus poseedores mandan mucho en los países del euro.

Y los depósitos, respetados aquí y castigados en Chipre por encima de los 100.000 euros, pero la situación no es paralela porque la rentabilidad que la banca chipriota ofrecía a los grandes depósitos, en España se buscaba con otros instrumentos. Por lo tanto, los mercados no deberían sorprenderse ante los ataques de sinceridad norteña de Dijsselbloem. El castigo como actitud ya se aplicó en España, y en Chipre se ha incrementado el rigor de acuerdo a la dimensión del problema, a la del país -ante los pequeños cuesta poco ser valiente- y a la identidad de los damnificados. ¿O es que los contribuyentes alemanes querrán salvar las posaderas a los oligarcas rusos?