No es un sacrilegio, aunque a algunos se lo parezca. Es una referencia histórica, y como tal hay que tomarla. Hubo un tiempo en que Vigo se consideraba una ciudad más cosmopolita que gallega. Está escrito en repetidas ocasiones, aunque a renglón seguido se aclarase que ambos conceptos no eran incompatibles, que Vigo, a pesar de su modernidad, era gallega.

Ocurrió hace un siglo, exactamente, el 21 de abril de 1913.

En Santiago, un conocido personaje de la época, Vicente Fraiz Andón, director de la Escuela Normal, entusiasta de la figura y obra de Rosalía de Castro, concibió la idea de erigirle un monumento. Ya tenía un panteón en la iglesia de Santo Domingo de Bonaval, costeado por los emigrantes cubanos, desde finales de la anterior centuria, pero faltaba la estatua.

En aquellos años de reviviscencia del galleguismo, en que se resaltaban los méritos de las grandes figuras perennizándolas en piedra y bronce, parecía que había llegado el turno de Rosalía.

Se formó un comité de prohombres en Santiago, y se acordó que Galicia entera debía participar en aquella empresa. Diversas comisiones visitarían ciudades y villas para implicarlas en la empresa y recaudar los fondos necesarios.

Llegada la hora de Vigo, acudieron a la ciudad el presidente, Fraiz Andón, y el secretario del comité, Jesús Alvite, a la sazón corresponsal del FARO, y antepasado de José Luis Alvite, a quien conocen los lectores por sus provocativos artículos en estas páginas.

Se reunieron en uno de los templos vigueses de la cultura y el ocio, la sociedad La Oliva, donde convergieron periodistas, obreros y representantes de todas las sociedades recreativas de la ciudad. Acordaron celebrar un acto cultural, cuya recaudación se destinaría a la estatua.

Pero el entusiasmo inicial derivó en tibieza, ya que por el mismo tiempo, en la ciudad se cubría una cuestación para un monumento a Magallanes, P.P.K.O., uno de los personajes más significados, había promovido otra para la Gota de Leche y, además, comenzó una tercera para construir un conjunto escultórico de la Independencia.

Y aquí viene la frase que nos ocupa. En la crónica de la reunión, se lee: "Ayer vinieron a Vigo para obtener su adhesión, porque Vigo, pese a su cada vez más arraigado cosmopolitismo, no olvida que es parte de Galicia...".

Es decir, en aquel tiempo, desde dentro y fuera se tenía la percepción de que Vigo era diferente al resto de las ciudades del sudoeste. Y asemejaba antes que gallega, cosmopolita, aunque le atañese todo lo regional.

Ahora es un concepto desgastado por el uso, pero por aquella época, el cosmopolitismo era la marca de la vanguardia urbana, de la contemporaneidad occidental, y antitético del provincianismo que impregnaba al resto de las ciudades gallegas. De ahí que desde Vigo se resaltase este concepto por encima de la pertenencia a la región, que no se negaba pero se relegaba a un segundo plano.

La falta de implicación de Vigo en el proyecto compostelano retrasó su ejecución, aunque no fue menos cumplidora que otras ciudades y villas gallegas que tampoco contribuyeron lo suficiente. Aunque de Vigo, por su pujanza económica, se esperaba más.

Pérez Lugin, autor de "La Casa de la Troya", y pariente de Rosalía, escribió un artículo fustigando el escaso interés de los gallegos por sus glorias literarias, entre las que sobresalía la autora de "Cantares".

No concluiría el monumento santiagués hasta cuatro años después. A la falta de medios se añadió que el principal animador, Fraíz Andón sufriera una grave enfermedad, que lo tuvo al borde de la muerte -se salvó, dice él, entre otras ayudas por la intercesión de Rosalía, la "santiña", como la llamaban sus devotos- por lo que, en 1916, se pospuso la finalización del monumento.

Fue entonces cuando surgió el filántropo que aportó el dinero que faltaba para rematar la estatua, que se inauguraría al año siguiente. Era Leandro Prieto Pereira, magistrado jubilado del Supremo, que "pasa largas temporadas en Vigo", aunque reside en Madrid.

El Vigo cosmopolita tardó en sumarse al número de poblaciones que honran con un monumento la memoria de la poetisa. Lo hará en el año 1995, con un grupo escultórico en granito de Porriño, de corte moderno, obra de Armando Rodríguez, que preside el bulevard que lleva el nombre de la poetisa. No en vano es la ciudad donde se imprimió el poemario que inaugura la gran literatura gallega.