Cuando despertó, el piano todavía estaba allí. No estaba la orquesta del Tropicana. Tampoco Paquito. Chasqueó los dedos sin hacerlo, una forma de sentirse aún vivo, sólo con pensar en que la sangre, el soplo, fluía de las yemas al marfil. Seguía sentado y con las manos posadas en el teclado, ligeramente incorporado hacia las cuerdas, como interrogándose por la siguiente nota pero detenido en medio del acorde.

Entonces, sin interrupción aparente a pesar de la revolución que suponía, un dedó pulsó la nota, el pulgar se estiró, la izquierda rebotó en una octava y todo siguió comenzando como desde el primer día.

Así me imagino la partida de Bebo Valdés, como una imposible renuncia a la música. Como una fusión infinita en su música. Creo que Bebo era en sus últimos años un anciano que debía sentarse ante un piano. Que de alguna forma ya era como ver un piano viejo dibujándose hacia afuera, una cabeza a la que le habían brotado hermosas teclas blancas y negras de las que también habían retoñado unas manos grandes balanceadas con un cariño de otro siglo.

Al volverle a escuchar ayer mientras escribía esto, y aún teniendo en cuenta sus capacidades como compositor, una trayectoria rica y larga, su importancia en la música cubana, lo que habría sido su vida en los años cincuenta o el éxito postrero, no podía dejar de estremecerme con los pequeños detalles. Una escala imposible en la que los dedos ya no llegan pero qué más da. Ese maravilloso tropiezo, que no lo es porque Bebo tocaba hablando. Y era una forma de hablar sencilla y magnífica, como la de alguien que lleva toda la vida narrando el mismo cuento hasta lograr un prodigio en cada palabra y un matiz nuevo cada día después de tanto tiempo.De la misma forma en que un pájaro puede trazar un vuelo, como una vieja enredadera en una nueva primavera. Algo así.

La música latina pierde un pulmón, un corazón, una cabeza, una presencia totémica que ya parecía haberse trasladado a otra parte. La primavera le habrá arrebatado su último latido pero estoy seguro de que todas las notas que dejó escritas, todas las que algún día imprimió al aire desde las cuerdas de todos los pianos en que se sentó, siguen rebrotando.Lo seguirán haciendo todos los días. Bebo vive.