Cuando uno analiza individualmente lo que llevamos haciendo en Europa en los últimos años cuesta entender. Cuesta entender por qué no se agota el arbitraje para responder apropiadamente a todos los casos de mala praxis en la colocación de las preferentes y subordinadas; por qué no hay docenas de banqueros en la cárcel y sí disfrutando al sol de aberrantes indemnizaciones asignadas por ellos mismos; por qué tenemos que pagar entre todos los españoles, con los empleados públicos en la cabeza, los excesos del sistema financiero europeo (las cajas españolas prestaban el dinero que a su vez le prestaban bancos alemanes); por qué los depositantes chipriotas tienen que pagar los errores de otros; por qué arruinamos ese avance hacia el sistema bancario único que era la garantía de depósitos hasta los 100.000 euros; por qué nos empeñamos en seguir con una estrategia de austeridad fiscal estúpida a escala europea...

Las cosas cambian cuando lo contemplas en conjunto, como si en vez de centrarte en cada palabra de una frase, la lees en conjunto. Y lo que lees es muy sencillo. No hacen falta avanzados conocimientos económicos ni politológicos. Es una combinación de egoísmo y dogmatismo, del "sálvese quien pueda" y de la idea de que "el cielo se gana sufriendo". Todo el mundo intenta zafarse del problema y se lo traslada al más débil, al empleado público, al contribuyente, al depositante, al inversor en preferentes, a los griegos, españoles y chipriotas. ¿Pero qué líderes tenemos en la Unión Europea? Y lo de la austeridad extrema está mucho más cerca de la fe que de la razón.

El problema no son los alemanes. El problema son los alemanes dogmáticos, egoístas y de derechas; que son los que nos gobiernan a todos ahora.