Ya desconfiaba yo de la "Marcha Radetzky" en el Concierto de Año Nuevo de Viena, del que me ocupé en un billete. Había algo en aquel modo rítmico de aplaudir que recordaba al paso de la oca. Una reminiscencia, un gusto por el orden militarista, una complicidad con el pasado, esas cosas que se le encienden a uno en un clima de camaradería. Ahora un exhaustivo e implacable informe desvela que la Filarmónica de Viena siguió siendo un nido de nazis nostálgicos mucho después de la derrota del III Reich, y la institución había llegado a condecorar dos veces (la segunda en 1966) a un criminal de guerra nazi. Algunos se sorprenden de que todavía preocupen estas cosas, y se persiga a los portadores del virus, pero estamos hablando de, tal vez, la enfermedad más horrenda y mortífera en la historia de Occidente. Recordarla ya es en sí mismo una vacuna, de esas que hay que ponerse cada tanto tiempo.