El poder se ha "evaporado en el ciberespacio" y la política sufre un déficit de poder. El principal desafío de este siglo será volver a unir el poder y la política. Y mientras no se consiga no se va a solucionar el problema de la desconfianza en el sistema. Lo ha dicho en Barcelona el sociólogo Zygmunt Bauman, polaco de nacimiento y británico de adopción, premio "Príncipe de Asturias" 2010 y acuñador de la expresión "modernidad líquida" para caracterizar un tiempo en que las formas antes inalterables dejan de serlo y las cosas fluyen como el agua del anuncio de Bruce Lee.

Si el poder es mundial, porque la información y el dinero se mueven instantánea y globalmente, pero la política no se ha movido del corsé de los estados nación, el desfase es evidente y la frustración está garantizada para quienes pretenden cambiar las cosas a fondo con instrumentos de la era analógica. De ahí nacen movimientos de rechazo con más capacidad para expresar el malestar que para apuntar soluciones realmente efectivas. Se constata la existencia, ahora a nivel mundial, de lo que hace ya unas décadas se definió como "déficit democrático" del proyecto europeo: las instituciones comunitarias iban recibiendo competencias legislativas y ejecutivas hasta entonces en manos de los estados, pero sin los controles democráticos de estos. Desde entonces se ha avanzado, pero el sistema está lejos de atribuir a los electos del Parlamento Europeo un poder análogo al de los legislativos nacionales. Mientras tanto, la crisis económica acrecienta el número de desafectos de la Unión. En la Europa rica se rechaza la transferencia de recursos hacia los países del sur, que el tópico ve como un hatajo de gandules adictos a la subvención, y en estos se rechazan las recetas de austeridad a toda costa que impone la Europa rica como condición ("condicionalidad") a sus transfusiones.

En tiempos de espanto los humanos se apiñan en el grupo al que sienten pertenecer, y como advertía hace unos días el notable euroescéptico Bernad Connolly, "no hay un demos europeo". Sin embargo, la Comisión propone que en las próximas elecciones europeas los partidos declaren previamente a quien votarán como presidente del ejecutivo comunitario, para mejorar así la apariencia democrática. Todo puede ayudar, aunque suena a poco. Tal y como funcionan las cosas, lo que los ciudadanos comunitarios deberían poder votar es la identidad del canciller de Alemania, que manda en la Unión con permiso del Gran Capital.