16:30. Con la ilusión de un día más bajé la avenida Gregorio VII para llegar a la plaza de San Pedro, había más gente que el día anterior, día de la primera fumata negra, gente de todos los continentes, banderas de todos los colores y muchísima seguridad. Después de los habituales controles, accedía a la plaza y me encontré con un mar de gente, mar de gente que en pocas horas se convertiría en un verdadero océano.

Tomé posición. Justo en frente del balcón por donde se asomaría -si hubiese fumata blanca- el futuro papa. Pese a la lluvia, miles de personas se iban agolpando en la plaza. Todos esperamos una primera fumata alrededor de las cinco. Los nervios iban in crescendo, escuchaba comentarios en todas las lenguas de gente que me rodeaba, impacientes y nerviosos por ver salir humo blanco de la chimenea más famosa del mundo.

17:30. La fumata no llegaba y lo único que nos entretenía era ver una gaviota en la cima de la chimenea, alguno bromeaba "¡¡es el Espíritu Santo en forma de paloma!!, ante lo cual yo pensaba: en su vida ha visto una paloma, se nota que no es de Vigo (en Vigo sabemos de sobra distinguir las palomas de las gaviotas). Es más, todo el mundo sabía que el Espíritu Santo estaba en el interior de la capilla. Poco a poco la noche se cernía sobre Roma y la lluvia no daba tregua, el desánimo de no haber fumata nos hacía pensar en otra larga hora y media de espera, y así fue.

19:07. Como en un abrir y cerrar de ojos la plaza estalló en un grito, la gente empezó a abrazarse, a saltar, a gritar... porque el humo que salía de la chimenea era blanco, se distinguía perfectamente, no como en el cónclave del 2005, era el momento esperado, había un nuevo papa.

Como si fuese una porra improvisada, todo el mundo decía nombres de cardenales a los que atribuían un nuevo nombre como papa. Entre risas, cánticos y aplausos transcurrió la hora y diez minutos previos al anuncio. Mientras tanto, tuvimos ocasión de ver desfilar a la guardia suiza, a la banda de la gendarmería y a una representación del ejército italiano.

Las luces del balcón se encendieron, la gente estaba en vilo, se abrieron las cortinas, el cardenal anunció "Anuntio vobis gaudim magnum; Habemus Papam: Eminentissimum ac reverendissimum Dominum, Dominum Jorge Mario Sanctoe Romanoe Ecclesioe Cardinalem Bergoglio, Qui sibi nomem imposuit Francesco" y en ese momento toda la plaza exclamó: ¡¡¡Ooooohhhhh!! No era tristeza, sino asombro, porque no se consideraba como candidato en las diversas quinielas que los distintos medios habían creado desde el cese de Benedicto XVI. Es más, debido a la exclamación de toda la plaza no se pudo entender el nombre que había elegido, Francisco I. Nos enteramos minutos después porque un presente estaba escuchando la radio y nos informó de cuál era el nombre. En ese momento toda la plaza empezó a gritar: ¡¡¡Francesco, Francesco, Francesco!!! Y en pocos minutos llegó el momento y pudimos ver al papa Francisco I.

Mi primera impresión fue la de un papa serio, nervioso, debería decir, incluso, casi "infartado" por la situación, pero esa sensación se disipó en el instante en el que agarró el micrófono y se dirigió al pueblo de Roma. Sus palabras han sido las de un pastor que quiere guiar a su pueblo: cariñosas, paternales, en definitiva, las que todos deseábamos. Impartió la bendición Urbi et Orbi y, saltándose el protocolo el primer día, quiso volver a dirigirse a los presentes cuando el maestro de ceremonias ya le invitaba a abandonar el balcón, todo ello para decir "Buona notte e buon riposo", como en su día lo había dicho Juan XXIII.

Este es el papa. Un papa bueno.

*Sacerdote vigués en Roma