El Santo Padre vivía en un modesto apartamento y viajaba en transporte público

El grupo de monjas francesas de las Pequeñas Hermanas del Cordero, saca sus sillas plegables, se sienta en círculo en el centro de la plaza y da inicio a los rezos para que el Espíritu Santo ilumine a los cardenales en su decisión. Mientras espero la fumata, trato de averiguar entre los presentes quién les gustaría que fuera el nuevo Pontífice. Los italianos, convencidos de que la Iglesia no es universal sino que, de alguna manera, les pertenece en exclusiva, quieren que el elegido sea italiano, ni siquiera les importa mucho quién, pero ya van dos extranjeros, así que es hora de que hagan uno italiano. No, europeo tampoco -y sobre todo que no sea el de Hungría, porque se nos llena Roma de gitanos-, comenta una señora bajo su paraguas azul. A un grupo de estudiantes africanos, Ghana, Kenia, Congo, Uganda Malawi, le gustaría que fuera Scola. La familia mexicana que vino exclusivamente para esperar el acontecimiento con sus hijos reza por Robles Ortega, que hoy, por cierto, lo daban entre los papables. El grupo alemán, muy bien informado, me cuenta que, aunque la tradición ve muchos papas europeos, el mapa de católicos actual señala una mayoría en América Latina, así que sería bueno para la fe que el Papa fuera americano. Dos polacos también apuestan por Scola. Varios sacerdotes españoles, que en la espera rezan vísperas, simpatizan por Ravasi y, finalmente, una china que mira hacia la ventana central de la Basílica sin saber muy bien por qué me dice: "Fumo Papa... ¿qué es, buena suelte?".

A las 19.05 todos en la plaza gritan al unísono y, bajo la lluvia, una sola voz "habemus Papam, habemus Papam". Finalmente, la tan esperada fumata blanca. Las campanas de San Pedro repican sin cesar para anunciar la buena nueva y los fieles siguen gritando "se siente, se siente, el Papa está presente".

A las 20.05 se encienden las luces y el cardenal protodiácono, el francés Jean Louis Tauran, se asoma al balcón central de la Basílica para decir con voz insegura: "Os anuncio una gran noticia: tenemos Papa, el eminentísimo y reverendísimo señor cardenal de la Santa Iglesia romana, Jorge Mario Bergoglio, quien se ha impuesto el nombre de Francisco", todo ello obviamente en acusativo latín, como quiere la tradición. Y como quiere la tradición, al final la decisión fue del Espíritu Santo.

El nuevo Papa sale al balcón, y, bajo el aplauso desbordante de la multitud, dice: "Buenas tardes, el cónclave quería dar un obispo a Roma y parece que mis hermanos cardenales fueron a buscarlo casi al fin del mundo". Más aplausos de la plaza. ¡Es el argentino!, ¡es jesuita! Pues sí, es el primer Papa jesuita en la historia. Los jesuitas, el brazo culto de la Iglesia, tal vez lo que se necesitaba, es también el primer Francesco y, para que todos queden contentos, es americano, pero también italiano, pues sus orígenes son piamonteses. Cardenal de la escuela de pensamiento de Martini, progresista que vive en un modesto apartamento, viste con túnica y viaja en el transporte público. Cuando fue elevado a la dignidad cardenalicia, ordenó a sus fieles que no viajaran a Roma para la ceremonia y en cambio el dinero que iban a gastar lo distribuyeran entre los pobres.

Él, Santo Padre Francesco, pide una oración por el obispo emérito Benedicto XVI y, con humildad, como dicen que es él, antes de impartir su bendición "urbi et orbi", pidió para sí la bendición del pueblo. Pueblo que ya adora tanta sencillez.

*Española, asistente del embajador de Guatemala ante la Santa Sede