Alwaleed bin Talal es un eterno insatisfecho. Según la revista Forbes, el príncipe saudí ha vuelto a quejarse del puesto que le han asignado este año en la lista de las mayores fortunas del mundo.

El sobrino del monarca saudí afirma que han equivocado la cifra de su fortuna y se atribuye 29.600 millones de dólares en lugar de los 20.000 millones que mencionaba la revista. Eso es, en su opinión, muy importante porque por culpa del supuesto error no figura entre los diez primeros de la lista.

Mientras tanto, los banqueros europeos, acostumbrados a llevarse a casa año tras año primas millonarias que multiplicaban sus remuneraciones fijas, se muestran indignados porque, a instancias del Parlamento, los ministros de Finanzas establecieron este mes que los llamados "bonus" no podrán superar la cuantía del sueldo fijo anual y sólo podrán doblarlo si lo autorizan expresamente los accionistas.

Aunque la medida en cuestión no entrará en vigor hasta el próximo año, algunos se están planteando ya si presentar recurso mientras que otros responsables argumentan que se subirán seguramente en muchos casos los sueldos fijos para compensar las eventuales pérdidas y sortear con ese y otros trucos la prohibición de superar el tope.

En la City de Londres, que se opone a esa medida, muchos advierten de que los mayores talentos emigrarán a otros lugares donde no los maltraten de ese modo, y a uno le dan ganas de decir que lo hagan cuanto antes porque los europeos al menos no necesitamos ya de genios especializados en diseñar y especular con productos derivados como los que provocaron la crisis.

Muchos recordarán a Gordon Gekko, encarnado por Michael Douglas en la película de Oliver Stone "Wall Street", proclamando como el tiburón de los negocios que era el eslogan del neoliberalismo más desenfrenado: "La codicia es buena, es necesaria y funciona".

Estamos todavía hundidos en una crisis que ha arrojado a millones de personas a la calle y que muchos gobiernos tratan de atajar por la vía más fácil, facilitando los despidos, las rebajas salariales y los recortes sociales. Todo en aras de la competitividad en un mundo globalizado.

Y mientras, en la City, en Frankfurt y en otros centros financieros, los altos directivos de bancos, muchos de ellos rescatados, tras sus desastrosas gestiones, con dinero de los ciudadanos, sólo buscan la forma de multiplicar sus ya millonarios ingresos.

Como en el caso del príncipe saudí, nada parece ser para ellos suficiente. No importa que el individuo no disponga más que de una vida en la que gastar -más bien derrochar- toda su fortuna.

Ocurre que la satisfacción no depende para muchos de lo que tienen, sino de su posición respecto de otros. La satisfacción se encuentra siempre en esos casos tras el horizonte, que uno nunca alcanza por más que camine hacia él.

Es algo que sabían ya los griegos como Diógenes, pero esa no es evidentemente lectura de banqueros ni de príncipes saudíes. Estos sólo leen la lista de Forbes.