Cospedal se siente ofendida por "la cuota", igualito que las féminas machistas aún supervivientes. A esta señora, que fue abogada del Estado, es muy difícil entenderla. Toda la inteligencia española fue incapaz de saber qué quiso decir con aquello de la indemnización diferida y simulada de Bárcenas, posible gota que colmó el vaso del bandido hasta animarle a demandar tres veces al PP --su PP-- por despido improcedente, robo de ordenadores y maltrato laboral. El esperpento cospedálico siguió expandiéndose con su silencio ante la acusación por presunta corrupción de viejos y nuevos barones del partido, siendo como es secretaria general de la cosa. Sabido es que el eje de su pensamiento es "que cada palo aguante su vela". Para esto, ya nos dirá qué falta hacen los secretarios generales. Y el punto culminante, por ahora, son sus ironías contra la cuota, que ha hecho subir a un 20% la presencia femenina en órganos societarios donde no tenía ni el 2, lo cual es seguir muy lejos del referente ideal del fifty-fifty, que sin cuota retrogradaría a menos del 2.

La receta de esta frustrada ama de casa es dejar que las cosas sucedan por sí solas --que nunca suceden si son buenas-- y si un dìa resulta que el 2% es el de la presencia masculina, pues bendito sea Dios. Nada de regular ni reglamentar; laissez fare, laissez passer, como proclama el tópico fisiocrático que corona el catecismo neoliberal.

Pero la Cospedal tiene su pizco de razón en un partido con poderes vigentes como el de Esperanza Aguirre, toda una cuota ella solita, que la ha tomado con la secretaria general hasta llamarla "imbécil", segun cuentan, en reuniones de puertas adentro. No una, sino dos veces... hasta la fecha. Quién iba a decir que toda una presidenta autonómica en ejercicio --¿barona, o baronesa?-- que recibiría de una dimisionaria ese trato tan expeditivo cuando se pone a hacer lo que más le gusta, que es pontificar, sobrada ella de sabiduría, autoridad y experiencia, y depositaria de la plena confianza del líder.

No acaba ahí la cosa. La ministra de Sanidad, otra cuota por sí misma, se agarra a la patera y no dimite con la prontitud y lealtad esperadas, impidiendo a la secretaria general vender, con su rictus favorito de primera de la clase, que en el partido no hay lugar para los tocados por los grandes escándalos y que el verbo dimitir se conjuga cada día. ¿Dónde?, ¿cómo?, ¿por quien? Pequeños flecos sin importancia.

No es extraño, claro que no, el desprecio de doña Dolores por la cuota femenina, que su partido intenta cumplir con aciertos tan insignes como las citadas, el de la delegada del gobierno en Madrid, la alcaldesa de Valencia, ciertas --más bien inciertas-- presentadoras de los medios de comunicación del Estado, etc. Justo las idóneas para que la cuota sea una birria. Pero no se preguntan de quién es la culpa.