Todas las monarquías tienen su aquel de alcanfor. La española, que ha hecho notables esfuerzos de puesta al día, exhala de vez en cuando aromas decimonónicos. Por ejemplo, cuando incrementa con nuevos títulos la nómina de una aristocracia que no pinta nada. Los honores hereditarios, y la "grandeza de España", que también pasa de titulares a descendientes, no son tan solo anacrónicos sino discriminantes en sistemas que han superado los niveles estamentarios de señores y siervos y descansan en conceptos (con frecuencia ilusorios) como el de la igualdad ante la ley, la igualdad de oportunidades, etc. Un premio Príncipe de Asturias, un Cervantes o un Velázquez son infinitamente más valiosos que ducados o marquesados, pero no se heredan. Cada día son menos los "nobles" que anteponen el título al nombre. Con honrosas excepciones, los que se aferran al título hacen sospechar que desconfian de la dignidad del nombre que figura en su DNI.

La presunta princesa Corinna Zu no sé qué, parece intempestiva superviviente de las mataharis de la Belle Epoque, bellas, turbias, ligeras y nacidas para el paredón de fusilamiento, que ya no está de moda pero ha engendrado sucedáneos equipotentes. En España no hay más príncipes que los de Asturias, pero en Alemania y otras culturas lo son, además de los primogénitos, todos los descendientes directos del príncipe original y sus cónyuges, lo cual multiplica exponencialmente a los titulados y devalúa su rango "principal". Además, la señora Zu está divorciada del Zu titular y perderá el derecho al impronunciable copete si aquél vuelve a casarse. Ello no obstante, ha sabido cultivar una besuqueadora amistad con el rey don Juan Carlos y alardea de sofisticados servicios a los intereses de España. A la vista de las últimas revelaciones sobre escolta oficial con protección del CIS durante su residencia en Madrid, y habida cuenta de que sus servicios permanecen en el mayor secreto, no parece descartable que sea una espía.

Una espía a la vieja usanza, claro está, cuya estrategia no es ocultarse, sino exponerse de continuo en los escaparates "high life", salones, safaris, cacerías y demás, en desarrollo de actividades imprecisas que comprometen el imperativo de discreción de sus amigos reales, al menos los españoles. Muy cuidadosa de los "posados" fotográficos y más corrientita en los "robados", como dicen en los "reality", es una criatura de opereta que aparece de repente en la cuesta abajo de la popularidad del rey. Por no saber a qué se dedica, podría ser muy guapamente una agente doble al servicio de los republicanos. Así que, cuidado: en una de estas la vemos consagrada como colaboradora necesaria en el advenimiento de la III República.