"El comandante nos dio identidad", decía al parecer un lloroso seguidor de Hugo Chávez. El viejo asunto de la patria: sentido de pertenencia, de formar parte, y, como contrapartida, que eso de lo que formamos parte nos pertenece. Los mimbres cambian, pero el tejido es siempre el mismo. Nuestro sustrato de animal gregario y territorial, sobre el que luego crecen oropeles, historias, mitos, gestas. El que logra que su discurso sintonice esa frecuencia instintiva se asegura el fervor popular, pero para ese guiso hace falta buen estómago: la patria es bronca, irrazonable, a ratos violenta, y necesita siempre una antipatria. El mérito de Chávez es haber recompuesto con ese adhesivo un pueblo que estaba descompuesto. Pero el patriotismo (igual que una dictadura) es una bicicleta: si dejas de pedalear te caes. Quizás se haya ido en buen momento para él, pues la patria no daba mucho más de sí.