Cuando hace años le preguntaron al magnate californiano Charlie Munger qué opinaba acerca de la ingente donación que había realizado su socio Warren Buffett a la Fundación de Bill Gates, respondió que no tenía nada que objetar, aunque le parecía una iniciativa poco eficaz. No recuerdo la literalidad de sus palabras, pero sí el sentido: "Prefiero -venía a afirmar- que se abra un McDonald's en un país del Tercer Mundo a que se entregue la cantidad de dinero equivalente a ese país". La idea de fondo era que extender el capitalismo genera riqueza -la historia, al menos, así lo confirma-, porque el intercambio comercial, los valores burgueses y el respeto a las leyes permiten crear dinámicas de desarrollo económico, las cuales, más pronto que tarde, acaban por permeabilizar la sociedad. No creo que Buffett discrepara de su amigo en este punto, sencillamente porque no existe ninguna alternativa conocida al capitalismo. Hace apenas unas décadas, la mayoría de las naciones asiáticas formaba parte de la geografía del subdesarrollo: el analfabetismo general, las altas tasas de mortandad infantil y las continuas hambrunas constituían su carta de presentación. Hoy, en cambio, comprobamos de qué modo la riqueza se ha desplazado abruptamente del Atlántico hacia el Pacífico, con un nuevo epicentro en las grandes ciudades de China. En África comienza a suceder algo similar y son ya muchos los analistas que predicen la irrupción del África negra como nuevo actor global para mediados de este siglo. En el crecimiento de un país, el decálogo básico conjuga la educación con la calidad institucional, el libre mercado con la apertura al capital exterior, el respeto a las leyes con la pujanza demográfica. El problema del subdesarrollo admite, por tanto, una lectura básicamente cultural, es decir, de inadaptación a los procesos de la modernidad.

¿Por qué entonces el movimiento filantrópico The Giving Pledge -en español, La Promesa de Dar- que, encabezado por Gates y Buffett, agrupa las donaciones que ofrecen decenas y decenas de multimillonarios? Una primera respuesta me parece obvia. Buffett y Gates han alertado en repetidas ocasiones de los peligros que acechan a una sociedad cuando el capital se concentra en pocas manos, empezando por la parálisis de lo que se denomina la "meritocracia", esto es, el justo reconocimiento de la valía de los mejores. Pero evidentemente no se trata sólo de eso, como ha explicado en repetidas ocasiones el fundador de Microsoft. Para Gates, los objetivos de su Fundación son tan precisos y mensurables como los resultados de una empresa. En su última carta anual de 2013, la Fundación Bill y Melinda Gates constataba, por ejemplo, que se había logrado reducir la mortalidad en los partos en un cincuenta por ciento o que el número de niños que fallecen antes de cumplir los 5 años se ha reducido casi la mitad en los últimos veinte años. La obsesión por los datos se traslada a todos los proyectos que impulsa la Fundación. No se trata tanto de hacer el bien, sino de hacerlo bien, de forma que se puedan valorar los resultados, medirlos, cuantificarlos. No en vano, el paradigma de nuestros días responde al nombre de la eficiencia. Lo cual no sé si supone -o no- una premisa suficiente para lograr un mundo mejor -el pragmatismo, digo-, pero desde luego tiene mucho más sentido que las políticas basadas sólo en los buenos sentimientos.