Los apartamentos pontificios han sido sellados, el anillo papal desfigurado, la Gendarmería del Vaticano ha sustituido a la personal Guardia Suiza en Castel Gandolfo, donde ya no hay Papa que custodiar, sino un anciano que acaba de descalzarse las sandalias del pescador (propiamente ha cambiado los zapatos rojos por unos marrones). Sodano, decano de los cardenales, le ha dedicado, como suele, unas dulzonas palabras finales, y él se ha despedido remarcando la figura de su Secretario de Estado, el cardenal Bertone. A saber: un guion de años se ha repetido hasta los últimos momentos del pontificado de Benedicto XVI. Encuestas de otras latitudes señalan que el 75 por ciento de los católicos aprueban su decisión de partir. El resto, o la condenan, o la celebran como si hubiera caído un lastre. Son esos extremismos que cada vez desfiguran más el catolicismo. Las quinielas de papables siguen más desconcertadas y desconcertantes que nunca. Algo hace intuir que gira un gozne de forma grave y chirriante en la Iglesia, que ha entrado en sede vacante. "Apostolica sede vacans", reza lacónica la página web del Vaticano.