En "Amor", la multipremiada película de Michael Haneke, aparece en un par de ocasiones una paloma que se cuela en la casa de los protagonistas a través de una ventana que da al patio interior de la vivienda. El animal demuestra una vocación doméstica algo sorprendente en un ser de su naturaleza, pues lo lógico es que, si tienes alas, te apetezca volar. Más cercana al mundo de lo insólito que al de lo acostumbrado, la paloma actúa como contrapeso al carácter naturalista del film. Representa lo surreal incrustado en la realidad, la oscuridad en medio de la luz (o viceversa), una mancha en el ojo. Digamos que no llega a ser una mosca en la sopa ni una rata en el cuarto de estar, pero sí una verruga en una piel perfecta.

Días después de haber visto la película, aunque convaleciente de ella como de una enfermedad devastadora, se pregunta uno si la paloma no será una alucinación del viejo recluido en la casa y entregado al cuidado de la esposa enferma. Nada, en la lógica narrativa del film, impediría interpretar la irrupción del animal en esta clave fantástica, aunque tampoco en la contraria, pues lo existente y lo inexistente operan aquí en el mismo nivel: como cuando lo onírico se cuenta como real y lo real como onírico. Pero supongamos que sí, que la paloma es una alucinación de los sentidos, que no existe fuera de la cabeza del viejo.

Una vez hallada esta posibilidad, resulta casi inevitable darle la vuelta a la historia. ¿Y si la paloma fuera lo único real en la existencia de ese hombre? ¿Y si la esposa enferma de la que cuida con lealtad, y a la que asesina heroicamente en un arrebato de amor, fuera la alucinación, es decir, la historia que el viejo se cuenta a sí mismo para soportar la soledad de una vida en la que solo recibe visitas de un ave desorientada? Tan lícito es imaginar una cosa como la otra. Ahora bien, traído este asunto a nuestro mundo, y observando la importancia informativa que le estamos dando a la elección del nuevo representante de Dios en la Tierra, así como la participación en ella del Espíritu Santo (otra paloma), cabe preguntarse si a este lado de la pantalla, como en la película de Haneke, no hay forma ya de distinguir las alucinaciones de la realidad.