Conocí a Oriol Pujol, hijo de Jordi Pujol y secretario general del CDC, una lejana tarde de verano madrileña en las terrazas de rosales. Entonces yo era opositor a la carrera diplomática y él un estudiante del prestigioso máster del IESE. Oriol se vino a pasar el fin de semana a Madrid invitado por un amigo común. Fuimos a cenar y luego a Rosales a tomarnos unas copas y tras haber charlado de las cosas que suelen interesar a los jóvenes, es decir: coches, mujeres, futbol y asuntos de ese estilo, me dice todo serio y con mueca meditabunda, la típica expresión facial que uno pone cuando va a decir algo profundo o filosófico: "Es la primera vez que vengo a Madrid y me ha llamado mucho la atención que aquí no habláis del problema". Tengo que admitir que al principio no sabía a qué se refería, me imagino que al ver mi cara de ignorante, en la que sin duda reflejaba algo tipo: "De que narices me estará hablando este pavo", me preciso, "del problema catalán". Me acuerdo que el primer pensamiento que me vino a la cabeza fue: "¿De dónde ha salido este extraterrestre?" y después nos enredamos en una discusión sobre nacionalismo y los sacrosantos sentimientos, casi divinos, de haber nacido en un territorio particular. La típica visión profundamente provinciana y tribal en las antípodas de mi concepción cosmopolita y abierta.

Es curioso, si ya en los estertores del siglo XX aquel discurso me pareció desfasado hoy, veinte años después de aquella cena y en un mundo globalizado en donde idiomas como el inglés y el castellano son lenguas francas a nivel internacional y los bloques continentales tienen cada vez más peso, me parece simplemente alucinante que haya personas reescribiendo la historia y pretendiendo llevar estos desvaríos tribales hasta sus últimas consecuencias.

La pregunta que me hice entonces, sigue siendo válida. ¿De dónde vienen estos marcianos? Uno de los grandes mitos urbanos de nuestro tiempo es plantear la aparente paradoja de que la juventud actual es la más preparada de la historia al tiempo que es la que sufre un mayor índice de desempleo. Lo último es cierto, lo primero es rotundamente falso y no solo me remito al informe Pisa, he tenido ocasión de conocer a muchos Erasmus de otros países europeos que han estudiado aquí y todos se mostraron sorprendidos del bajo nivel académico en España.

Estas generaciones de jóvenes no solo se han estado educando con unos valores en donde no se prima el esfuerzo individual, sino que además han estado recibiendo una educación de pésima calidad, con materias y contenidos distintos en función de donde se estudie, (el que las materias educativas no sean competencia exclusiva del Gobierno central ha sido otro de los grandes errores de la constitución del 78), en universidades hundidas en las listas de cualquier ranking mundial e incluso, en algunos casos, dando una visión histórica falsa de España o sus territorios, (la famosa e inexistente corona catalana o catalano-aragonesa, por ejemplo), marginando al castellano y potenciando esas supuestas ventajas tribales a las que antes aludía en detrimento del resto de los territorios peninsulares. España ha estado educando a su juventud no solo a un nivel lamentable sino inculcando valores equivocados, la telebasura, iniciada en la era Aznar y envalentonada en la era Zapatero, ha hecho el resto y lo que es peor, se da la paradoja de que España ha estado educando en el nacionalismo y en el odio a España en determinadas comunidades.

No se trata de españolizar ninguna región, se trata, una vez más, de plantear la reforma de una Constitución ya agotada para que el Estado recupere unas competencias que nunca debió de perder y de plantear una reforma educativa en profundidad. El activo más importante de cualquier país, más allá de recursos naturales o condiciones geográficas, es su población y España lo que necesita es una juventud cualificada, políglota y abierta que pueda competir en igualdad de condiciones en un mundo globalizado. Ese es el verdadero problema, lo demás con viajes y buenas lecturas se suele curar.

* Diplomático y escritor