Ignacio Morgado es el mejor especialista español sobre las funciones del cerebro. Catedrático de Psicobiología de la Universidad Autónoma de Barcelona, y autor de una nutrida bibliografía, de la que copia más de un autor de éxito de libros de autoayuda, Morgado alberga una pasión secreta. Es la historia de Portugal. Se explica por los sueños infantiles, tejidos en el pueblo fronterizo de San Vicente de Alcántara, desde cuyas colinas divisaba de niño las montañas lusas, que le fascinaban.

Esa pasión por el país vecino, se plasmó en un libro de enamorado, que subtitula "Síntesis emotiva de la historia de Portugal".

Hay un capítulo, que ha despertado esta ilación de ideas, que voy a desarrollar. Se refiere a la relación entre la expulsión de los alemanes de Portugal, durante la Gran Guerra, y su llegada a Vigo, y la actual demanda de enseñanzas del idioma germano. Como se repite cada día en conversaciones, informaciones y anuncios, el paro impulsa a miles de españoles, en especial jóvenes, a estudiar alemán, y las escuelas de idiomas, como la de Vigo, no dan abasto a atender a tantos.

Vayamos por partes. Cuenta Ignacio Morgado que en 1916 Portugal entra en guerra con Alemania. La causa son las colonias. Desde finales del siglo XIX, territorios asiáticos y africanos eran disputados por las grandes potencias europeas que ambicionaban anexionarlos.

Portugal, pese a haber sido el primer país que llegó a África, en el siglo XV, por ser pequeño y de escasa capacidad militar, empezaba a ser despojado de las últimas colonias que conservaba.

La solución para que no le arrebataran Angola y Mozambique era entrar en guerra, y lo hizo. En los primeros días del conflicto europeo, decenas de barcos mercantes alemanes buscaron refugio en el estuario del Tajo, puerto neutral. Y como los británicos necesitaban estos barcos para su transporte insular, la armada portuguesa les ayudó a apoderarse de ellos.

Alemania respondió con la declaración de guerra a Portugal. Y el gobierno de Lisboa, que era republicano desde hacía poco más de un lustro, expulsó a la importante colonia germana de su territorio.

Este periódico recoge los nombres de las más conocidas familias de comerciantes e industriales alemanes, que cruzaron por la frontera de Tui y llegaron a Vigo. En la ciudad, puerto estratégico y de enorme relevancia, ya existía una notable colonia alemana.

A los integrantes del Cable Alemán, las empresas marítimas de su bandera -Compañías Hamburguesas-, los funcionarios del potente Consulado, profesionales, comerciantes e industriales, se sumaron en 1916, los expulsados de Portugal.

Unos quedaron hasta el final de la contienda bélica, ya que no era fácil desplazarse, otros lo harían por más tiempo, incluso definitivamente. El hecho es que, a mitad de la Gran Guerra, se incrementó la presencia germana en Vigo.

Como anécdota cabe señalar que el aumento de alemanes agudizó la polémica entre aliadófilos y germanófilos, que se libraba en el "Pasaje del Faro", de la calle Colón. Las noticias -sólo había periódicos, ya que la radio aún tardará años en llegar a Vigo-, que se rotulaban en los pizarrones sobre las operaciones militares daban ocasión a acalorados debates, en aquel lugar de encuentro de los vigueses de ambos bandos. Allí se enteraban de la marcha del conflicto.

En torno a 1910, el imperio germano había fundado en la calle de Pi i Margall el Colegio Alemán, al igual que el de Madrid y otras pocas poblaciones con presencia significativa de sus ciudadanos. Por tanto puede afirmarse que, desde hace más de un siglo, en Vigo se estudia alemán. Aunque se hablaba inglés en las consignatarias marítimas, empieza a introducirse el alemán.

El Colegio aumenta su capacidad a raíz de la llegada de los expulsados de Portugal y cobra auge al finalizar la contienda. Estudiar en aquel centro, en el periodo de entre guerras y aún después, será un motivo de prestigio. Lo tienen a gala los alumnos vigueses, algunos conocidos, como los músicos de "Siniestro" Julián Hernández y Alberto Torrado o el filósofo Arturo Leyte, especialista mundial en Heidegger.

La diferencia que existe entre aquellos estudiantes de alemán y quienes tienen que aprenderlo ahora es cuantitativa, pero sobre todo cualitativa. Los vigueses de pasadas décadas, formaban un pequeño grupo y lo hacían porque aspiraban a poder hablar y leer en el idioma original de los grandes científicos y creadores alemanes, para acercarse fielmente a su pensamiento. Eran tiempos en que Alemania abanderaba todos los campos intelectuales, desde los humanísticos y artísticos a los científicos, y se atrevía -lamentablemente- a enfrentarse al mundo.

Los que estudian ahora forman un enjambre, muchos de cuyos miembros pertenecen a las generaciones académicamente mejor preparadas de este país, y lo hacen por estricta necesidad laboral. Su ida a Alemania no es para aprender, sino para aportar sus conocimientos técnicos y científicos.

Lo que iguala a todas las generaciones de vigueses, las del antiguo Colegio Alemán y las de la Escuela de Idiomas, es la huella germana que pervive en la ciudad, intensificada desde que Portugal -tradicional aliado británico- expulsó a los alemanes.