Las declaraciones de ministro de Cultura sobre su propósito de "españolizar a los escolares catalanes" han escandalizado a la clase política catalana, que ha visto en ellas un nuevo argumento para pedir la independencia. Y de igual manera, pero por razones bien distintas, han escandalizado al Rey, que se lo reprochó al presidente del Gobierno durante el desfile militar que conmemora la fiesta nacional, esa que impropiamente se llama Día de la Hispanidad por coincidir con la fecha del descubrimiento de América por Cristóbal Colón. La discreta bronca del Rey al presidente Rajoy en la tribuna de autoridades contrasta notablemente con los abucheos que en los años precedentes le dispensaba el público madrileño al presidente Zapatero bajo la acusación de que estaba poniendo en peligro la unidad de España, pactaba bajo cuerda con los terroristas de ETA y había cometido la ofensa imperdonable de no levantarse para rendir homenaje a la bandera norteamericana una vez que acudió a ese mismo desfile cuando era jefe de la oposición. Desde entonces, los problemas que denunciaban los del abucheo se han agravado. Cataluña, según se puede leer en la prensa, está al borde de la secesión, y hasta los mismos obispos catalanes la apoyan. Y el País Vasco va por el mismo camino a poco que los terroristas de ETA, reconvertidos taimadamente en demócratas, pacten con el PNV un gobierno de mayoría nacionalista tras las elecciones. (De las supuestas ofensas a la bandera norteamericana más vale no hablar porque el propio Zapatero las reparó extensamente concediéndole a ese país el derecho a instalar en Rota el escudo antimisiles). La distinta reacción del público pone en evidencia que la bronca al presidente de turno era puramente ideológica. Simplemente, se le abroncaba porque no era un presidente digno de España, al menos a criterio de los discrepantes. El distinto concepto sobre lo que es, o debe ser, España nos ha costado muchos disgustos en el pasado y, por lo que vamos viendo, también podría hacerlo en el futuro inmediato. En algunos comentarios a las declaraciones del ministro Wert se apunta que quizás empleó impropiamente el verbo "españolizar" cuando debería haber usado el de "españolear". En realidad, aluden a dos actuaciones distintas. Según el diccionario de la RAE, "españolear" significa hacer propaganda exagerada de España, al modo que lo hicieron en épocas distintas don Marcelino Menéndez y Pelayo y el muy franquista don Federico García Sanchiz, escritor, conferenciante y académico que hizo casi una profesión de ello. "Españolear es lo mío", dijo en una ocasión. "Españolizar", en cambio, alude a la acción de dar a alguien carácter o condición de españoles, y por eso mismo habrá ofendido tanto a algunos catalanes. Durante la dictadura, "españolizar" y "españolear" fueron dos tareas políticas imprescindibles y, a tal efecto, se creó el Instituto de Cultura Hispánica, uno de cuyos secretarios generales fue, por cierto, don Manuel Fraga Iribarne, que luego habría de fundar ya en la democracia el Partido Popular. La españolía mal entendida hizo cometer no pocos excesos. En la ciudad donde resido, hubo un cine, el Savoy, que debió cambiar transitoriamente su nombre por el de Yavoy, cuando el régimen obligó a castellanizar las denominaciones extranjerizantes.