La "excelencia científica" (EC) domina los debates sin que, por más que se la ensalce y promueva, deje de ser un concepto confuso y subjetivo. La EC seguramente existe pero no sabemos con precisión lo que es ni si podría medirse sin dejar lugar a dudas, como se deduce de la lectura de dos artículos publicados en Faro de Vigo. El primero, de David Posada ("La ciencia gallega excelente" 14/05/2012); el segundo, de Juan José R. Calaza ("La lechuza de Minerva y la ciencia (¿gallega?)" 20/05/2012) Y para terminar de complicar las cosas tampoco queda claro de la lectura de ambos artículos qué pueda ser la "ciencia gallega". Precisamente, para no perdernos con tanta complicación voy a dar por sentado que la ciencia gallega existe. Resuelta la primera parte del problema puedo centrarme en el estudio de la parte más difícil: ¿en qué consistiría su excelencia?

Si en primera aproximación un marciano recién llegado a este planeta quisiera informarse de manera objetiva rebuscando en las informaciones y noticias más accesibles pronto caería en la cuenta que la EC se suele enlazar con riqueza económica. En última instancia, la EC es una máquina de fabricar dinero. Incluso la excelencia científica de apariencia más noble y útil --por ejemplo, la que cristaliza en innovaciones que curan o atenúan los efectos de graves enfermedades-- si no da dinero no interesa. Por tanto, la inversión en la misma va precedida de las expectativas y estudios de los beneficios económicos futuros. A esta conclusión, no a otra, llegaría un marciano que objetivamente estudiase la EC tanto en Nueva York como en Bangalore.

Si así fuese, el control de la ciencia por quienes controlan el dinero no garantizaría excelencia alguna -a menos que, en redundante circularidad, se definiese la EC como la capacidad de generar dinero-- sino, al contrario, mermaría la auténtica EC al limitar la independencia de los investigadores sometidos a criterios de rentabilidad.

Que la excelencia se refiere a dinero se ve de inmediato en el artículo de David Posada donde se da a entender que con la captación de recursos económicos la EC está casi garantizada. Error, puesto que este tipo de excelencia, definida por los resultados económicos, se retroactiva generando cada vez mayores exigencias de rentabilidad, conocido efecto perverso de los mecanismos económicos del capitalismo financiero vigente. En estas condiciones, a largo plazo, la sociedad puede quedar privada de la verdadera ciencia. Desaparecería esa faceta tan importante que consiste en ayudar a responder preguntas de manera desinteresada sin que el objetivo fundamental sean los resultados económicos. Y, peor aun, la ciencia que atiende solo a los resultados económicos, como las nanotecnologías, multinacionales farmacéuticas o energía atómica quizás esté generando una excelencia de nefastas consecuencias.

Asimismo, la ciencia contemporánea es presa de la desilusión que resulta de encontrarse sometida a unos criterios de excelencia, de selección o de como quieran ustedes llamarlo, que son tan falsos como puramente económicos. Se comparta o no, esa desesperanza, esa desilusión se percibe claramente en el citado artículo de Juan José R. Calaza cuando se dirige a David Posada entendiendo sus selectivos criterios de prestigio y rentabilidad económica pero sin compartir su optimismo.

Pero si el marciano prosiguiera su investigación, después de tomar conciencia, leídos los artículos de Calaza y Posada, del carácter mercantil y parcialmente desilusionante de la EC actual, y en la misma tierra de la que ambos son naturales se consagrara a la lectura de textos de sus predecesores, encontraría algunas peculiaridades que son, precisamente, las virtudes contrarias de los dos inconvenientes arriba señalados. Es decir, en Galicia existe una tradición de científicos independientes que han desarrollado su labor con escasos medios y que, como consecuencia, han dado lugar a una ciencia libre, independiente, y, por tanto, esperanzada, que hoy día peligra en aras de la ultra-especialización y los criterios de excelencia dominantes.

Siguiendo el camino que nos mostró el marciano, toca buscar por despachos y laboratorios apartados, en tantos edificios universitarios e institutos de investigación. Toca ahora, o cuando sea posible, buscar por las estanterías de las bibliotecas o los libreros de lance, aquellos autores gallegos que nos mostraron una visión diferente y, como digo, no excelente sino, mejor aun, buena. Entre ellos, comenzaríamos con una lectura de los libros del profesor Rof Carballo, psiquiatra e inventor de ese concepto fabuloso que es la Urdimbre. Leamos en particular el titulado "Signos en el Horizonte", exponente de algunos ejemplos que puedan hoy servir a los más desprejuiciados estudiosos del origen de la vida y del Universo. Con todo, el profesor Rof Carballo, que realizó buena parte de su carrera profesional en Madrid, no será el exponente último de esa ciencia gallega, libre y de escaso presupuesto, y que tan importantes aportaciones puede seguir haciendo a la sociedad. Vayamos más allá a bucear en sus maestros para encontrar la obra casi inédita de Roberto Novoa Santos. Descubramos cuán pocos medios son necesarios para investigar en algo bien interesante: la función de la conciencia, que no es otra sino revelarnos un sistema de imágenes o de símbolos que, sin su concurso, quedaría hundido para siempre en la sombra. Enterrado quizás bajo un montón de chatarra nuclear, o de monedas de la excelencia científica.

*Instituto de Recursos Naturales y Agrobiología del CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas)