A la crisis del Estado (problemas financieros insolubles, paro creciente, tentaciones secesionistas, etc.) hemos de sumarle la crisis del Real Madrid, uno de los pilares de nuestro sistema de convivencia. Y dada la atención que los medios le dispensan parece aun más importante la segunda que la primera. No es para menos. Solo llevamos cuatro jornadas de liga y el Barcelona, su gran rival, le lleva ocho puntos de ventaja, una diferencia que preocupa más que los vaivenes de la prima de riesgo y la distancia respecto de los intereses del bono alemán. El drama se produjo sorpresivamente. Primero compareció el jugador Cristiano Ronaldo para manifestar que estaba triste, sin especificar los motivos. Y después, tras la derrota en Sevilla, su entrenador, José Mourinho, que hizo esta melodramática declaración: "En estos momentos no tengo equipo. El fútbol no es prioritario en la vida de algunos jugadores, solo hay dos o tres que tengan la cabeza comprometida. Y eso es mi culpa". Nadie entendió cómo puede estar triste un muchacho que gana diez millones de euros libres de impuestos al año. Y nadie entiende tampoco cómo es posible que en un equipo repleto de fenómenos reclutados en todo el mundo a precio de oro, los jugadores puedan tener sus pensamientos puestos en otra cosa que no sea darles patadas al balón. Salvo que, la certeza de tener la vida definitivamente resuelta al margen de los resultados, les lleve a la conclusión de que ya no tienen que esforzarse demasiado para justificar unos ingresos que tienen asegurados por contrato. Cualquier fría mañana de invierno uno de estos jóvenes multimillonarios del deporte podría caer en la tentación de quedarse confortablemente en cama y mandar a su mayordomo a entrenar. Una reacción que tendría su lógica. Con poco más de veinte años y las hipotéticas hazañas deportivas pagadas de antemano para varios años, uno ha de tener la cabeza en otra parte. Hay tantas chicas bonitas, tantos coches de alta gama que conducir, y tantas mansiones de lujo a disfrutar, que esas distracciones de la atención no pueden mover a escándalo. Pero, en esta crisis del Real Madrid, hay un factor muy importante a considerar. Cristiano Ronaldo y Mourinho son portugueses. Y el alma portuguesa, o la forma portuguesa de ver el mundo, tiene sus complejidades. Hace unos días, en este mismo periódico, y de la mano del poeta Teixeira de Pascoaes, hacíamos un distingo entre la virtud de la "saudade" y el defecto de la "vil tristeza" para explicarnos el súbito decaimiento de ánimo de Cristiano Ronaldo. Y ahora hemos de recurrir a la misma fuente para entender la actitud de Mourinho al despreciar a un equipo que le ha costado miles de millones a don Florentino Pérez, a Bankia, al Ayuntamiento y a la Comunidad Autónoma de Madrid. Si hemos de hacer caso a Teixeira en su Arte de ser portugués Mourinho padece ostensiblemente de "vanidad susceptible" y de "sebastianismo". Lo primero no hay que explicarlo demasiado; solo hacer falta verle ese morro permanentemente despectivo. Y lo segundo deriva del insaciable deseo de grandeza que anima el espíritu portugués desde la derrota del rey Sebastián en la batalla de Alcazarquivir, aquella en la que murieron tres reyes.