¿Alguien conoce al rhino pez? El ornitólogo, aristócrata, viajero y excéntrico Guyla Madarâs, coetáneo de Kafka, lo describe entre las 150 bestias (fastásticas) que descubrió en sus viajes y es un pez que jamás nada en zig-zag, contra la corriente, ni tampoco en círculos: siempre hacia delante, cueste lo que cueste, embistiendo con su morro cornudo cualquier obstáculo que se encuentra en su camino y dejándose morir si es un accidente insalvable: nunca retrocede. No sé de qué se sorprenden ustedes porque entre los humanos hallamos cosas parecidas y no es necesario viajar para conocerlas. Concretamente, hace unos años se difundió por todas las esquinas de una ciudad gallega, al menos yo sé de una, que los gitanos del contorno se dedicaban a lanzarse literalmente contra los capós de coches en los pasos de cebra para fingir atropellos y cobrar los seguros. Como un rhinopez.

No es nada inverosímil, hablamos de gitanos. Un colectivo cuyo comportamiento es como otro animal descubierto por Guyla Madarâs, el del pichón gárgola, que tiene un planear errático pero, sobre todo, es extremadamente solidario: si atrapas a uno y lo atas, el resto de la bandada acudirá en su ayuda para desatar el nudo. Como sabrán, porque es de común asentimiento aunque nadie lo haya comprobado, la calé es una comunidad cerrada y unida a una vida a la intemperie. Sabrán ustedes además, porque lo sabe todo hijo de cristiano que, aparte de que no quieran trabajar ni estudiar y acaparen los recursos sociales, no está en su ánimo integrarse. Corrió el rumor que en una urbe gallega, cuando hace años concedieron a algunos de los suyos unas viviendas sociales, hubo quien quiso subir un burro en el ascensor, y quien intentó hacer su propia fogata en un piso para calentarse. Fue rumor, sí, pero salió en algún medio audiovisual porque es difícil rehusar periodísticamente habladurías tan golosas, con la competencia que hay y el aplauso que da la audiencia al morbo y al sensacionalismo, aunque por fuera lo critique. En cualquier caso, eran gitanos, minoría que no tiene mecanismos para defenderse como los gais cuando hay homofobia, como las mujeres cuando hay violencia de género, como los antitaurinos cuando hay toros o el Club Internacional de Suegras cuando alguien hace burla de ellas.

El escarabajo minero es otro de los fantásticos animales que descubrió Guyla Madarâs. Su singularidad reside en que agujerea sus víveres para transportarlos. Realiza un orificio de punta a punta del fruto, saca su cabeza y patas delanteras por un extremo y avanza con la comida incorporada al cuerpo como una coraza. Hay mucho escarabajo minero hoy en el mundo de la comunicación que practica una vieja máxima del periodismo amarillo: no dejes que la realidad te estropee un buen titular, no permitas que la verdad te eche por tierra una buena noticia. En las escuelas de periodismo nos prevenían contra ello, igual que nos decían que un periodista nunca puede hacer publicidad pero ahora ya no triunfa la realidad sino la telerrealidad, ya no vende la verdad sino la espectacularidad morbosa y, al menos en la tele, hasta el hombre del tiempo te endilga un anuncio en medio de isobaras.

Hay otra ave, el Pinnacle Grouse, que no sabemos si existe pero, según Borges, solo tiene un ala, por lo que se ve obligada a volar constantemente en círculos alrededor de un cerro cónico. Hace como los payos, que revolotean con sus clichés y estereotipos en torno a la vida de los gitanos, y creen que se lanzan contra los coches o suben burros en ascensores. Deberían aprender del pez cronos o saltador estático del que también nos habló Madarâs en su bestiario fantástico: una especie de bonito que cuando salta se mantiene suspendido en el vacío el tiempo de saludar con el sombrero. Dicen que, mirándolo fijamente, es incluso posible retroceder en el tiempo para retirar maledicencias y deshacer entuertos. De eso saben los de la Asociación de Enseñantes con Gitanos, que hoy clausuran sus jornadas en Vigo.