A veces, la presión de los resultados y la responsabilidad de no fallar te impiden disfrutar de momentos y vivencias que nunca volverán, pero hay días que disfrutas sufriendo y esas son las experiencias que te quedan en el recuerdo. Te aburre contarlas, pero te recreas volviendo la vista atrás.

Me animo a escribir mis recuerdos de hace dos años, más por el requerimiento de este medio que por redactar algo que es difícil de narrar con palabras, que me gusta contar pero que, en ocasiones, me cansa repetir.

La etapa, el escenario, la gente, la altitud, todo contribuye a hacer de este final un lugar mítico que ganará en leyenda con los años. Todo de esa etapa me trae recuerdos, buenos recuerdos, mi última victoria, mis últimos días como pro, los últimos días de un equipo que me emocionó€ Los recuerdos se van difuminando poco a poco porque la vida sigue, y la mayor parte de los detalles que tienes amontonados en la memoria están por ahí perdidos, por no sé dónde. Seguro que hoy viendo la etapa alguno reaparece. Pero es cierto que los buenos recuerdos perduran en la mente y aunque el sufrir y el padecer son una constante en esos 3 km interminables, al cruzar la raya, parece que han sido cortos, como un suspiro.

En el vigésimo día de competición funcionas como un autómata, como una máquina diseñada para dar pedales. Te subes en la bici en la salida neutralizada y el dolor de piernas es indefinible, insufrible, imposible. Pero cuando suena el silbato y empieza la guerra todo es como el primer día, más delgado, más desmejorado, pero "a toda ostia". Donde realmente se nota que los días pesan más que los kilos es cuando el porcentaje supera el 7% y en "La Bola", el "7" es un descanso. No sé como lo describirían los demás, pero combatir en aquel coliseo te libera de todos los dolores de 20 días de brega. A partir de la estación de Navacerrada, el público hace temblar la montaña y no bromeo; es como un estadio gigantesco donde la gente jadea tan cerca que es como si te absorbieran el "aire vital" que hay enrarecido por la altitud. Escuchas el griterío al oído como un eco lejano y una voz entrecortada en la emisora que no alcanzas a entender: "Va muerto, va muerto", porque lo único que realmente escuchas es tu cuerpo, tus latidos, tus pulmones al límite€ Es como si el organismo centralizase el oxígeno en las piernas y se olvidase del resto de funciones vitales. Cruzas la meta perdido, aturdido y desorientado buscando agua, aire y a tus compañeros. Todo son abrazos, emociones y palabras de elogio o de maldición hacia "La Bola". Cuando bajas, es cuando realmente aprecias la pendiente que has salvado minutos atrás.

A un lado montaña, al otro barranco, de frente cemento, pared y gente, muchísima gente. Esa gente incondicional de este deporte que hace noche en la montaña para ver "ciclismo" y que, a día de hoy, alguno aún me recuerda: "Yo estuve en La Bola". Ellos son los que sostienen este deporte maltratado, los que hacen que las grandes vueltas sean eso, "Grandes Vueltas", y ese es mi principal recuerdo de "La Bola".

Al final, abrazos, ovaciones y palmadas en la espalda. Me quedo con la mayoría, pero hay unas pocas que he borrado de mi mente. El resto de la historia ya no la cuento porque ya la sabéis y porque, esa sí, estoy tratando de olvidarla, pero está por terminar€ Y por escribir..