Ha sido un acierto colocar la estatua de Manuel Castro, recordado vendedor de periódicos vigués, a la entrada de la calle Príncipe. Como ocurre en Oviedo con la escultura de Woody Allen, que es una de las más fotografiadas de la ciudad, los visitantes que llegan a Vigo, al ver la de Manuel Castro, se detienen a contemplarla y a sacar una foto. En especial en verano.

Quizá pocos hayan reparado en lo que significa la estatua, erigida en la calle más transitada de una ciudad de tan gran tradición periodística.

Vigo tiene el honor de dar nombre al periódico decano de la prensa española, y de haber sido sede, a lo largo de estos ciento sesenta años de vida del FARO, de centenares de publicaciones y de muchos periódicos – La Oliva, El Miño, La Concordia, El Independiente, Galicia, El Pueblo Gallego...– en los que han dejado su huella profesionales y escritores de amplísimo reconocimiento regional y renombre nacional.

De ahí el acierto de la estatua de Castro, que es un homenaje a la prensa, pero sobre todo a los vendedores de periódicos, un oficio cercano a la gente, en el que se mezclan el conocimiento de la actualidad y la ilustración. Porque el buen vendedor de prensa, de la estirpe de los libreros, es ilustrado y maneja los conocimientos culturales y la erudición capaz de llegar a la complicidad con el comprador de periódicos. A la postre, éste, a diferencia del consumidor de los medios audiovisuales, no es un usuario pasivo, sino activo intelectualmente, forma parte de la élite de los lectores.

Hace no muchos años se vendían en Vigo periódicos por la noche. Los más ansiosos aguardaban la llegada del FARO en el antiguo edificio de la calle Colón. Otros esperaban la llegada de los vendedores a los bares y establecimientos. Uno de ellos era Manuel Castro, que poseía una rara habilidad. Colocaba sobre el dedo índice el lomo del diario por el borde, y hacía malabares con él, sin que se le cayese o doblase.

Los más jóvenes ya no conocen las andanzas de Manuel Castro, pero las recuerdan bien los veteranos. Era tan famoso por sus habilidades con el periódico que en 1971, le llamaron de un conocido espacio de Televisión Española –la única que existía entonces–, para que mostrase a todo el país lo que veían a diario los vigueses. Es la postura en la que lo inmortaliza la escultura de la calle del Príncipe.

En los paises anglosajones, en especial en EE UU, existe una auténtica mitología del vendedor de prensa. Numerosos multimillonarios inscriben en su biografía que el primer oficio de niños ha sido el de vendedor de periódicos por las calles de su ciudad. Con este recuerdo quieren expresar el esfuerzo temprano que han realizado para llegar tan alto en la vida y, al mismo tiempo, señalar que era el signo precoz de su capacidad de iniciativa, que sería la clave de sus éxitos.

De pocos de ellos se dice que fueron, por ejemplo, vendedores de perritos calientes u otros oficios menos mitificados por el cine o la literatura. Vocear prensa por las calles era la Universidad de la vida, no como ahora, que los triunfadores presumen de haberse formado en las mejores universidades, en Berkeley, Oxford o Harvard.

Un ejemplo paradigmático es el de Warren Buffet, poseedor de la tercera fortuna del mundo, de quien e dice que ganó sus primeros dólares a los 13 años, vendiendo periódicos. Y Buffet acaba de dar la gran sorpresa de la prensa mundial. Ha comprado varios periódicos regionales de EE UU, entre ellos el de su ciudad natal (Omaha World Herald), por el que pagó 200 millones de dólares, y el de Winston (Winston-Salem Jornal), donde se fabrican los famosos cigarrillos de ese nombre, una ciudad de pocos menos habitantes que Vigo.

La entrada de Warren Buffet en la prensa regional americana, de mucha tradición y fuerza, revela la confianza que tienen importantes empresarios en el futuro del papel, que los agoreros ponen en cuestión. Y no es por nostalgia, en el caso de Buffet, con fama de no poner un dólar en aquello en lo que no cree, sino por lo que piensa: "En las ciudades con un gran sentido de la comunidad, no hay institución más importante que el periódico local".

Una definición sabia que cuadra bien a Vigo. Por esto, y por la tradición periodística de la ciudad, es un acierto haber erigido la escultura de Manuel Castro a la entrada de la calle del Príncipe, donde tuvo su sede FV, desde finales del siglo XIX hasta la segunda década del pasado. Es un homenaje a la prensa, en la figura de un vendedor de periódicos vigués, que no se hizo millonario, pero se convirtió en un personaje popular.