La selección española de fútbol hizo historia, dicen los que saben de estas cosas, con su rotundo triunfo sobre Italia y su segundo campeonato europeo consecutivo, unido al mundial de hace dos años, pero en otro partido, mucho menos propicio a las efusiones patrióticas y más a la racionalidad puramente económica, hay que reconocerle el principal mérito a un italiano, el primer ministro Mario Monti.

Es cierto que el gobernante tecnócrata, que no llegó al poder por medio de las urnas era quien más tenía que perder, y por eso lanzó un órdago a quien había sido hasta hace poco principal valedora en Europa: la canciller alemana , Angela Merkel. Estaba en juego su propio prestigio y la credibilidad de sus duras reformas liberalizadoras, la última, la laboral, como en España.

Y otro político hasta hace poco absurdamente incondicional de la Merkel, nuestro presidente de Gobierno, Mariano Rajoy, comprendió finalmente algo que, de no ser por los condicionamientos ideológicos, debía haber captado mucho antes: que su mejor aliado en este momento tiene nombre francés y se llama François Hollande.

Ha debido de ser una dura píldora de tragar para la canciller, que hace poco hizo gala de su intransigencia al afirmar en público que mientras ella viviera Alemania no se haría responsable de la totalidad de las deudas ajenas, una invitación a que sus enemigos, que son cada vez más en Europa, pudieran expresar un nada piadoso deseo y no sólo sobre su vida política.

La "canciller de hierro", como la llaman ya muchos, parece que colocó esta vez el listón demasiado alto, y, ante la apuesta de Monti, que, secundado por Rajoy, amenazó con bloquear el plan de crecimiento de 120.000 millones de euros para Europa, tuvo por primera vez que recoger velas.

Por primera vez, Merkel se encontró a alguien decidido a hacerle frente con las mismas armas. Monti sabía que la canciller no podía volver a casa sin ese plan porque en caso contrario, su propia oposición socialdemócrata y verde no votaría a favor del polémico pacto fiscal, el que exige la máxima disciplina presupuestaria a los gobiernos de la zona euro.

Tenía el italiano importantes aliados al margen de Rajoy: el presidente francés y, al otro lado del Atlántico, también el estadounidense, que lleva tiempo insistiendo en que Europa no puede sólo apretarse el cinturón sino que tiene al mismo tiempo que crecer.

Cuenta el semanario alemán Der Spiegel, que hace en su último número un pormenorizado relato de las negociaciones, que François Hollande ha encontrado también aliados naturales, los socialdemócratas alemanes, deseosos de arrinconar a la canciller.

Es, sin embargo, un juego arriesgado para el partido de oposición, sobre todo si con ayuda de la prensa más conservadora, sobre todo la del grupo Springer (Die Welt y el sensacionalista Bild) se convence a los alemanes de que la cesión que se ha obligado a hacer Merkel les va a salir muy caro como país.

Por lo pronto, los correligionarios bávaros de la canciller, han dicho que no darán su visto bueno a lo acodado en la cumbre si no queda absolutamente claro que las ayudas a los menesterosos del Sur quedan sujetas a estrictas condiciones.

Y hay quien dentro de ese partido ha acusado a socialdemócratas y verdes de haber permitido que la canciller fuera sometida a "chantaje" en Bruselas al condicionar su "sí" al nuevo Mecanismo Europeo de Estabilidad y al pacto fiscal en el Bundestag (Parlamento) al plan de crecimiento para Europa y haber "traicionado" así los intereses de Alemania.

Muchos ven la mano de Hollande detrás de todo esto y hay quien advierte del peligro de ruptura del siempre difícil equilibrio entre Berlín y París. La partida no está aún ni mucho menos decidida.