Un famoso augur de las finanzas coronado por el Nobel acaba de predecir el fin del euro y, lo que es peor, el encierro del dinero de los españoles e italianos en un "corralito" similar al que padecieron hace una década los ahorradores de Argentina. Por fortuna, los europeos estamos aún a tiempo de salvarnos de ese cataclismo si nuestros gobernantes le hacen caso a Paul Krugman y cambian de política; aunque no es seguro, ni siquiera probable, que Ángela Merkel esté por la labor. Conste, en todo caso, que el Nobel avisó.
Ciertamente, los vaticinios de Krugman tienen mucha mayor fiabilidad que los de la bruja Lola; pero tampoco es cosa de tomárselos al pie de la letra. De hecho, ni siquiera él lo hace. Cauteloso como conviene serlo en estos trances, el economista norteamericano anuncia que Grecia saldrá del euro "muy posiblemente" el mes que viene. Si tal premisa se cumpliera, los españoles e italianos retirarían su dinero del banco para llevárselo a Alemania, lo que "quizás, solo posiblemente" obligase a los gobiernos a limitar la disposición de dinero mediante un "corralito". "Posiblemente", también, el BCE acudiría en socorro de los bancos para evitar su derrumbe; y si los augurios superasen toda esa barrera de adverbios de duda con los que Krugman matiza sus predicciones, el desenlace lógico sería la extinción del euro como moneda. Posiblemente, claro está.
La predicción sobre el fin del euro no es cosa que aflija grandemente a los españoles, visto lo mucho que hizo subir los precios aquí la llegada de la moneda única europea. Más ominosa resulta, en cambio, la idea de que los billetes puedan acabar en un corral, como si fuesen ovejas secuestradas a sus dueños.
Bajo la forma diminutiva de "corralito", el término hizo fortuna en Argentina, que es país de grandes recursos y enormes excesos: así en lo económico como en lo conceptual. Corralito es el nombre por el que se conoce allí a esas jaulas para bebés que en España llamamos más apropiadamente parques, puesto que su función consiste en aparcar en ellos a los bebés sin riesgo de que escapen a gatas. Como metáfora financiera, el tan mentado corralito sería el lugar en el que los gobiernos ordenan a los bancos que mantengan el dinero a buen recaudo para evitar que sus depositarios se lo lleven en masa y hagan quebrar el país.
Lógicamente, el ministro de Economía se ha apresurado a calificar de sinsentido la hipótesis de un corralito en España; pero ya se sabe que la credibilidad de los políticos no es de las que van a misa.
Tampoco lo es, por fortuna, la de los científicos, ni aun la de los premios Nobel. Baste recordar que no faltaban laureados hombres –y mujeres– de ciencia en la Organización Mundial de la Salud que hace apenas tres años predijo la muerte de 150 millones de personas como consecuencia de la gripe A. Tan aciago pronóstico disparó el pánico y los beneficios de la industria farmacéutica, por más que, finalmente, la epidemia se cobrase menos víctimas que la gripe común de cualquier otro año.
Si tan copioso número de talentos de la ciencia incurrió en ese garrafal error de pronóstico, no hay razón para pensar que uno solo –aunque sea Nobel– vaya a tener más afinado que ellos el don de la profecía. Es el tibio consuelo que nos queda a los españoles amenazados por el Apocalipsis de Krugman.
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