En 1998 realicé un excepcional viaje desde Estambul hasta Yakarta. Una ruta como ésta –70.000 kilómetros que atravesaban de punta a punta decenas de países del continente asiático– recomendaba rodearse de experta compañía, así que me apunté a un grupo que formaban Gerardo Olivares, seis inteligentes exploradores más y dos o tres cientos de miles de espectadores de La 2. En total, vinimos a ser unas 250.000 personas las que recorrimos juntas La ruta de Samarkanda bajo la permanente seducción a la que nos sometieron Isfahan y Petra, Nueva Delhi, la alternancia sincopada de montañas y ruinas, de religión, zocos y albergues, ex repúblicas ex soviéticas y el Himalaya, Angkor y el delta del Mekong. La serie documental –no fue la primera serie documental de viajes que nos proponía La 2, pero sí fue la que mejor recuerdo ha dejado en la audiencia y aquélla cuyo éxito entre los espectadores está pendiente de ser superado– reproducía la ruta que a comienzos del siglo XV realizó González de Clavijo cuando el rey castellano Enrique III el Doliente lo envió hasta Samarkanda como embajador. Al llegar nosotros seiscientos años después a Uzbekistán nos miramos excitados y decidimos que aún nos quedaban capítulos suficientes como para alcanzar Indonesia.

Y ahora, catorce años más viejo y más tonto, he vuelto a apuntarme a hacer el mismo recorrido. La 2 –bendita sea– vuelve a ofrecer La ruta de Samarkanda los domingos a las ocho de la mañana, y pocas cosas son mejores que madrugar los fines de semana de primavera para contemplar a los derviches giróvagos o atravesar el gran desierto sirio y llegar a Palmira. Somos muchos menos los espectadores que viajamos ahora en los inolvidables dos camiones de Gerardo Olivares. Y aunque las pecias y las peripecias vuelven a ser las mismas que hace década y media, todos lo estamos viviendo de forma distinta a aquella primera vez. Será que somos nosotros los que hemos cambiado. Nadie se baña dos veces en el mismo río ni recorre dos veces la misma Asia.