Metiéndose con la monarquía, los republicanos ponen el énfasis en el anacronismo de una institución que se hereda como una finca rústica o un apartamento playero, y llevan toda la razón. Pero tampoco la mayoría de los elegidos en las votaciones democráticas someten su idoneidad personal a examen. Algunos candidatos no superarían un dictamen psiquiátrico, no digamos ya una investigación judicial a fondo, pero les basta con la sentencia de las urnas, que en la democracia mediática depende mucho de la fuerza de las apariencias y de la sectaria mercadotecnia de los partidos. Un perfecto imbécil puede presidir legítimamente el gobierno, y algún caso reciente hemos sufrido en España. En el siglo XXI, es mucho más improbable que tal cosa pueda suceder con un rey constitucional, se les educa desde la cuna para desempeñar el cargo. Y en todo caso siempre se les puede destronar, si la mayoría del correspondiente Parlamento se pone chula, porque fusilarlos como al zar de Rusia no estaría hoy bien visto.

Debatir sobre si monarquía o república con el actual panorama y, sobre todo, con la que se avecina, es casi un acto de esnobismo. Pero bienvenida sea la controversia si sirve para distraernos un rato de los malos augurios. Me cuento entre los millones de españoles que sin sentirse monárquicos del alma piensan que este Rey lo ha hecho bastante bien o, en todo caso, a mí no me ha ocasionado ninguna molestia, que ya es mucho. Paradójicamente, fue una gran suerte que Franco, o la Divina Providencia, que en tiempos era lo mismo, nos lo pusiera en el camino, y desde luego me importa una berza su vida privada porque eso sí sería entrar en la teoría de la monarquía como institución sagrada. Por mí como si se divorcia o se hace gay.

Los reyes actuales no han de lograr como antes el amor de su pueblo y todas esas lindezas retóricas, tampoco el pueblo es lo que era, pero sí necesitan demostrar su utilidad en la cúpula del Estado, y su excelencia como referentes de la nación en los grandes foros mundiales. Y desde luego han de procurar, en todo momento, hacerse muy amigos de los poderosos, irse con ellos de cacería o de acampada si toca, y pasear en sus yates, por si acaso algún día los intereses del país necesitaran de su favor. Valores pragmáticos para la buena marcha de la nación, no solo entelequias simbólicas. Durante la egida de Zapatero, con su política internacional de la señorita Pepis, este Rey, Nadal, Gasol y Ferran Adriá fueron lo únicos que salvaron a España de desaparecer del todo del mapamundi. Sólo recomendaría que en lugar de elefantes cazara cocodrilos, que siendo también criaturas de la naturaleza no lo son tanto de Walt Disney, que es quién administra el catálogo emocional de la selva.

No soy monárquico ni republicano, me parece pesadísimo tener que definirse acerca de todo durante todo el tiempo, una vida no da para tanto. El príncipe Felipe lo tendría muy difícil si estrenara su reinado con una crisis de cojones como la actual. Sería el objetivo perfecto para expiar los pecados económicos del país. En los lugares civilizados como más o menos el nuestro, no está nada mal que la jefatura del Estado se mantenga al margen del sectarismo de los partidos y de la voluntad popular, no menos sectaria en ocasiones. Claro que, adentrándonos en el siglo, es improbable que esta monarquía llegue viva ni siquiera a su mitad. Todo dependerá del bolsillo del personal, que al final es donde se fundamentan los mas altos ideales.

La crisis no se llevará por delante a este Rey, que aún viviendo en su casa ya habita en la Historia. Pero muertas y sepultadas un par de generaciones más, y con el resto tuiteando todo el día, no creo que el PSOE pueda mantener a raya la marea antimonárquica durante muchas legislaturas. Tampoco es probable que la España que conocemos exista ya, en el ecuador del siglo. Si algún día reinara don Felipe, es muy posible que al final acabara haciéndolo sobre un territorio algo más reducido, geográficamente, que el de su padre. Acontecimientos que las personas de mi generación no veremos ya, y que, francamente, aun sin desearlos, me tienen sin cuidado. También sus históricos colegas en el trono perdieron todo un Imperio, el más vasto jamás conocido sobre la Tierra. Y aquellos episodios que en su día debieron de resultar catastróficos, aunque no existiera Internet para seguir el desmembramiento del Estado en tiempo real, sólo sirven hoy para pasto de cronistas e investigadores.