Me había acostado la noche anterior harto de las malas noticias. Había estado escuchando un programa en la TVE1, "59 segundos", y poco antes un informativo con el Gobierno presentando los Presupuestos y amenazándonos con el Apocalipsis. Imposible que fuera programado por una mente superior pero todo aquello parecía una pedagogía del terror como la practicada en los campos nazis de exterminio. ¡Porfiada necedad!, me dije ¿es que no habrá un ser iluminado que nos deje de invitar al suicidio y nos dé una esperanza? Recordé a quien oí hace poco que el mayor club de España es ahora el de la queja. España está llena de plañideras y profetas apocalípticos que siembran el pánico con una palabra repetida mil veces y que suena como peste: ¡mercados!

Vivimos asolados por grupos organizados de políticos o de economistas alcahuetes que, en un abrir y cerrar de ojos y potenciados por la adición plañidera de los medios a las malas noticias, nos acusan de despilfarro, de vivir por encima de nuestras posibilidades (¿de quién hablan, de esa mayoría social que solo ha conocido, aún en la mejor etapa del capitalismo, sueldos para llegar a fin de mes?) y anuncian la llegada de un infierno en el que purgar nuestros excesos (¿qué excesos, los vulgares viajes en paquetes turísticos con pulsera "todo incluido" para la mayoría de los trabajadores, los del Imserso tras toda una vida de trabajo, los excesos de quienes se han hipotecado con una casa que al fin no solo le quitan sino que le cobran por el resto que le queda?). La crisis puede ser real y seguro que lo es pero entonces habrá que convenir que, salvo el del comunismo soviético, nunca un sistema económico ha demostrado tal incompetencia si, como máximo, ha conseguido medio siglo de pacto social y aparente bienestar en una parte de la sociedad y el resto de su historia ha sido pura explotación, hasta el punto de que hubo que sacarle derecho a derecho, casi todos los derechos. ¿Servirá la experiencia para buscar otra vía, una economía del bien común?

Todo parece como el despertar de un sueño, parte de un decorado programado para aterrorizar a una población y, como en los campos de exterminio de Auschwitz o Mathausen, poner en práctica un proyecto global auspiciado desde arriba que exige la destrucción de los modelos políticos anteriores relacionados con la cultura del bienestar pararetroceder en el tiempo, dar por inválidas las conquistas sociales de tanta gente que entregó por ellas su vida y volver a un capitalismo primitivo. ¿Alguien entiende el espectáculo de la banca de nuestro entorno, que ha pasado del cielo a los abismos, de lo público a lo privado, de valerlo todo a no valer un euro en unparpadeo? ¿Habrá sido por culpa de quienes tienen allí su cartilla de ahorro?

Me levanté de mañana y, antes de desayunar, me senté en el ordenador para revisar el correo. Casualmente (o no) apareció el nombre de Víktor Frankl, aquel psiquiatra que sobrevivió a los campos de concentración nazis y escribió "El hombre en busca de sentido". Leí decenas de páginas del libro, pasmado, sin levantarme siquiera para desayunar, admirado ante un hombre que supo aplicar en condiciones terminales aquella lógica de Nietzsche: "Quien tiene algo por qué vivir, es capaz de soportar cualquier cómo".

La crisis puede ser real pero lo peor es perder toda esperanza. Hay incontables hechos y personas positivas pero lo que emerge es un entorno negativo que parece tomar control de nuestras vidas, fomentado por unos medios de comunicación que privilegia las malas noticias porque saben que hay una resistencia a las buenas, que la gente parece programada para creer solo en las otras. Si tanto terrorismo económico aniquila todo pensamiento positivo, no hay salida. Lo demostró Víktor Frankl que, tras dejar el campo de exterminio, escribió que al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa, la última de las libertades humanas, la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias para decidir su propio camino.