Julio Camba Andreu fue proclamado hijo predilecto de Vilanova de Arousa el 15 de diciembre de 1984, víspera del Centenario de su nacimiento. Con motivo de aquella efeméride organizamos un programa de actos culturales en los que participó como conferenciante Miguel Utrillo, secretario perpétuo de los Amigos de Julio Camba y "embajador de Sitges en Madrid", como le gustaba autoproclamarse. Aquel veterano periodista catalán pronunció una brillante conferencia en el instituto Ramón Cabanillas de Cambados, en la cual relató diversas anécdotas "cambianas", para deleite y divertimento de los estudiantes. Al concluir la disertación, el por entonces director del centro, Joaquín Lens, me presentó a Utrillo y desde entonces trabamos una amistad que se prolongaría hasta su fallecimiento (Madrid, 1990).

Miguel Utrillo me hizo una revelación que me resultaba chocante y hasta difícil de creer. Camba le había confesado que no disfrutaba escribiendo, sino que escribía para sobrevivir. Colaboraba en Prensa porque de algo había que comer y mantenerse; escribía para ir tirando (filosofía de subsistencia muy propia del ser gallego). Parecía imposible que un estilista tan depurado, un sintetizador del lenguaje, un escritor casi perfecto no disfrutara escribiendo. No disfrutara al menos tanto como gozamos sus lectores. Pues aquella confidencia, que el propio Camba me hizo llegar por mediación de su alter ego Utrillo, me serviría de base para ir construyendo mi peculiar tesis de Camba o "el hombre que no quería ser nada". Y no hizo falta investigar muy a fondo para convencerme de esta ausencia de vocación literaria de Camba. Porque él mismo se encargó de corroborarlo, en párrafos como éste, entre didáctico y escatológico, en el que explica su forma de trabajar:

"Para hacer mi artículo yo me encierro cada tarde en un cuarto con un poco de papel. Allí comienzo a hacer esfuerzos y el artículo sale. Unas veces sale fácil, fluído, abundante, y otras sale duro, difícil y escaso, pero siempre sale" (recogido por Fermín Galindo, en Julio Camba, Unha lección de xornalismo). En este breve fragmento Camba nos deja dos mensajes: Por una parte nos dice que su trabajo no tiene un mérito especial, sino que es algo natural; y, por otro lado, saca de dudas a tantos amigos suyos que le insistían para que explicara su forma de escribir. Una de sus manías era escribir en soledad, hasta el extremo de no permitir que nadie lo viera escribir. Nunca.

Esta es una de tantas muestras que nos dejó Camba de que no valoraba su trabajo, de que escribía para comer, de que rechazaba ser protagonista, e insistía siempre en que, para el, "todas las pompas son fúnebres". Porque la biografía de este gran escritor es una larga sucesión de renuncias. Renunció, por ejemplo, a una adolescencia tranquila en aquel Vilamaior marinero y apacible, en aquella Vilanova veneciana, de "chouzas alegres e brancas das que unha era a miña" –tal como evocara en el poema Recordos–. Lo dejó todo atrás para embarcar, con 15 años, en la arriesgada aventura americana que nos evoca en su relato El Destierro.

Ciudadano del mundo y de su pueblo

Pese a su indudable capacidad intelectual, Camba renunció a realizar estudios superiores (aquí coincide con su paisano Valle–Inclán que no pasó de segundo de Derecho en la Universidad de Compostela). Fue un lector de provecho que construyó una vastísima cultura de modo autodidacta. También en esto era individualista, no quería recibir doctrinas de nadie. Y dominaba al menos cinco idiomas sin estudiarlos, sólo practicando el habla de los países a los que le tocó viajar como corresponsal. Fue el más cosmopolita de los escritores de su época y también el más localista, porque si bien al principio se consideraba "ciudadano del mundo", pronto se dio cuenta de que el mundo le quedaba muy grande y rectificó: "¡Internacionalismo! ¡Humanidad!… ¿Qué valor pueden tener estas palabras en labios de un hombre que, luego de pronunciarlas, haría el mayor sacrificio por tomarse una taza de caldo con grelos? No. Yo no soy nada internacional. Yo soy de Villanueva de Arosa, partido judicial de Cambados, provincia de Pontevedra".

En los primeros años del siglo XX renunció a la comodidad relativa de las redacciones de los diarios madrileños para viajar allá donde la actualidad lo reclamase, o adonde sus directores creyesen conveniente enviarlo. Además de sus conocidas estancias en Berlín, Londres, París, Nueva York, Ginebra, Lisboa, no debemos olvidar que fue testigo de excepción en las dos grandes guerras del siglo XX. A este respecto, cabe reseñar sus problemas con la censura de la "inteligencia militar", que no parecía muy inteligente, pues creía adivinar un mensaje en clave en las cartas que Camba enviaba al ABC. Los espías no entendían que aquel sólo era el nombre de un diario, y que el periodista no le estaba pasando información codificada al enemigo.

A Camba también le tocó vivir tiempos muy duros. En su juventud fue un radical defensor del ideario anarquista, afán que le causaría no pocos problemas por su amistad con personajes tan violentos como Mateo Morral, que atentó con bomba contra el cortejo de la boda real de Alfonso XII. En su primera etapa madrileña, renunció también a frecuentar determinadas tertulias en las que no se sentía cómodo. En una de ellas, a la que asistía de vez en cuando, participaban Valle–Inclán, Baroja, Unamuno, e incluso Francisco Camba, el hermano mayor –de talante más conservador que Julio– el cual ya escribía en El País –periodico serio– mientras Julio se limitaba a hacerlo en El Rebelde o Tierra y Libertad, publicaciones minoritarias de propaganda ácrata.

En muchas ocasiones Camba manifestó que no era escritor y mucho menos humorista. Siempre insistía en que él era un simple cronista –o "articulista"– y como tal quiso ejercer, sin más pamplinas. Aunque con el paso de los años se fue aburguesando y tornándose "aristoácrata", no aceptó tratos con academias, ni con tendencias modales ni con supuestas generaciones literarias. No movió un dedo por editar sus magistrales artículos en libros (amigos y admiradores decidieron por el). No hablaba en público, ni aceptó premios o distinciones (le otorgaron el Mariano de Cavia, porque lo nominaron sin decirle nada). Y hacía todo esto por mantener su radical independencia, el individualismo tenaz que latía en su alma de artista rebelde. Fue muy celebrada la anécdota de su no ingreso en la Real Academia Española. Dámaso Alonso estaba seguro de que Camba entraría, pero este no quiso saber nada: "Me ofrece usted un sillón y yo lo que necesito es un piso", objetó Camba. Y luego escribiría en ABC con su habitual retranca: "Nunca habrá bastantes obispos y generales en la Academia. También puede haber algunos escritores, pero a condición de que nadie los haya leído, por lo menos en los 30 años anteriores a su elección".

"Váyase tranquilo"

Así era el admirado Camba. Cuando falleció en la clínica Covesa de Madrid (28 de febrero de 1962) fueron muchos los periodistas y escritores que testimoniaron su particular visión del finado. Manuel Aznar, exdirector de ABC, dejó escrito: "Me llamaba director, pero a Camba nunca lo dirigió nadie. Es el espiritu más libre que jamás haya conocido". Gonzalo Torrente Ballester lo consideraba un maestro y lo despidió con palabras muy sentidas: "Váyase tranquilo, querido Camba, a pesar de este olvido. Así las gastan aquí, donde la indiferencia sobrevive a la muerte, donde el talento es una incorrección imperdonable: pero ya se sabe que para todo verdadero ingenio existe un renacimiento. Habrá un mañana para el de usted".

Y ese mañana que anunciaba don Gonzalo ha llegado. Algunos de los mejores escritores de este país reconocen en Camba a uno de los grandes. Sus libros se reeditan, como es el caso de La Casa de Lúculo, Alemania, La Rana Viajera, Haciendo de República, Maneras de Ser Español, o la nueva Mis Páginas Mejores que acaba de editar Manuel Peñalver. Se publican estudios biográficos, como el de Socorro Girón o el de Pedro Ignacio López. Universidades organizan cursos monográficos dedicados a estudiar su figura. Universitarios escriben tesis doctorales sobre el genio arousano, como la de Almudena Revilla.

Sin pretensiones, sin querer ser nada en especial, Julio Camba es unos de los creadores del articulismo moderno en castellano, que sigue influyendo en las nuevas generaciones de periodistas. Cuando Arcadi Espada lo proclamó como "el mejor escritor de Vilanova de Arousa", no pretendía agraviar a Valle Inclán, sino, sobre todo, incluir a Camba en la nómina de los grandes escritores hispanos del siglo XX. Todos los que escribimos artículos, y todos cuantos leemos artículos de Prensa le debemos algo. Por eso hay que seguir recuperando y reivindicando a Julio Camba.

* Periodista