Pasé de madrugada ante el Kremlim, ese antiguo cine que en los años 80 perdió las butacas para transformarse en catedral laica y galaica de la "movida", y ahora es un honesto almacén de bicicletas. Aquel cuarto oscuro de encuentros y alegrías en que corría la mejor música al ritmo del alcohol multimarca y donde la inspiración navegaba en versos blancos es hoy un establecimiento honrado con horarios diurnos. Mientras conducía bajo las estrellas y recorría el camino del Kremlim a Vigo tantas veces transitado de ida y vuelta en las más diversas circunstancias y a horas infernales, recordaba aquellos años de arrebatados excesos en que se consagraron los yuppies y los trajes de Adolfo Domínguez, Florentino o Gene Cabaleiro se mezclaban bajo la música de Alaska o Radio Futura con el polvo blanco, el sexo a la carta y las copas en un "bachanalia" no sé si buena pero inolvidable.

Años creativos, es cierto, pero tapizados por el uso y abuso de sustancias euforizantes en noches interminables, en realidad consumos nocturnos inocentes en contraste con las prácticas de día en esos años de efímera burbuja de felicidad y prosperidad, de "beautiful people" y crédito fácil en que se encumbraba la delincuencia financiera practicada por tipos encorbatados que se enriquecían de un día para otro. Años de operaciones de Bolsa sostenidas en la artificiosidad, la falacia y la codicia, preámbulo del cataclismo general que vivimos y cuyas culpas quieren cargar ahora en la gente común cuyo único delito fue no llegar nunca sobrada a fin de mes. Años en que a las grandes empresas, empeñadas en las buenas prácticas con los trabajadores, no habían llegado todavía esos "Terminator" sin escrúpulos, cazarecompensas contemporáneos contratados para liquidar a los trabajadores sobrantes de un solo disparo o inducirlos al suicidio laboral lentamente haciéndoles la vida imposible..

Aquellos años 80 de la movida eran también los de las luchas obreras por la reconversión, los de los estudiantes por mejoras educativas o los de las feministas por sus derechos. Eran también los del sida y los primeros caídos por causa del caballo, un consumo gestado años antes de la movida y que no pertenecía a la idiosincrasia ética y estética de la misma, más proclive a sustancias euforizantes y sociales como la cocaína y que despreciaba a la heroína como factor de marginalidad. En aquellos años un turba de hombres y mujeres bien maqueados y enfundados en trajes de moda gallega o italiana se diseminaban en sus salidas nocturnas por los rincones de los santuarios de la música, aunque si les preguntas algunos no se acordarán ni de los temas de moda. "En aquellos fines de semana locos, sin horarios, no recuerdo ni nombres, ni cantantes, ni canciones -me decía uno- aunque sí el ruido; todo alrededor eran decibelios". ¿Y los cuartos de baño? Merecerían incluso una oda heroica pero nadie ha consagrado siquiera una literatura dedicada a la función de los cuartos de baño a través de la historia. Podríamos decir, por ir haciendo boca, que en los 80 cumplieron un papel que iba más allá de la vulgaridad del simple mingitorio. Eran, sobre todo, lugares de fuerte inspiración.

En los lugares de moda llegar al cuarto de baño era toda una odisea para aquellos que no podían entrar en las trastiendas de la sala. Había una meritocracia hasta para eso. Y el esmero en la decoración de los urinarios no era casual, conocida su conversión en espacio de aglomeración, cola y charlas en el que se mezclaba el sonido de las palabras encendidas con otro que se oía tras las puertas cerradas, un ruido rasposo de narices ávidas inhalando cocaína. También es cierto que había mucha permisividad en los bares, con frecuencia eran sexos diferentes quienes entraban y compartían la tapa de la taza y, al calor de los amores imprevistos y caudalosos que generaban tales inhalaciones, a veces eran otros los sonidos que salían de aquellos "sancta santorum" del encuentro, mientras desde el exterior jaleaban a los improvisados amantes para que acabasen cuanto antes su fortuita relación. ¿Quién no se ha enamorado en un cuarto de baño? Aunque peor era llegar a casa de amanecida y, al despertarte, resacoso, hallar un bulto de origen desconocido y no inscrito en tu memoria en el otro lado de tu cama.