Aunque de momento Grecia libra, en los mentideros de la alta economía, de los que siempre llega algún eco, se da por hecho que es caso perdido, y cosa de tiempo su salida del euro y consiguiente bancarrota. Esa muerte anunciada, al marcar las estrategias del gran dinero, funciona de hecho como una condena, una fatua o, al menos, un fátum. El cliché de los pueblos los persigue, como un destino: Portugal melancólico, Irlanda irredenta, Italia vana, España bronca. El de Grecia sería el destino mismo, como suerte inapelable. Hasta aquí, los cerdos. Pero ¿y los pegasos, poderosos y alados, no tienen acaso un destino?, y ¿no es el de Alemania acabar enterrada en su propia hibris prepotente? Construir Europa es, sobre todo, ayudarse unos a otros a librarse de sus destinos nacionales. Despeñando como chivo expiatorio a Grecia, de la que venimos todos, no haremos nacer ninguna Europa digna.