¿A que no entienden ustedes el título de mi artículo de hoy? Pues yo, tampoco. Estoy mezclando en él el sustantivo "fichajes" (que es la acción y efecto de obtener los servicios o la ayuda de alguien, sobre todo si se trata de un jugador, atleta o técnico deportivo) con el adjetivo "lapidarios" (aquello que, por su concisión y solemnidad, parece digno de ser grabado en una lápida). Por lo tanto, parece que quiero decir que alguien a quien no nombro (el sujeto ausente o elíptico o léxico o gramatical o como lo llamen ahora los nuevos gramatólogos) ha obtenido los servicios o la ayuda de algún jugador, atleta o técnico deportivo y que tal acción es digna de ser grabada en una lápida por su concisión y solemnidad. Pero como no alcanzo a comprender las cualidades de concisión y solemnidad aplicadas al acto de contratar a alguien (pues resultaría chocante, por ejemplo, decir "lo contrato a usted concisa y solemnemente") resulta que he titulado de modo muy llamativo y molón, pero que he titulado con un disparate lingüístico. Es decir, que he titulado igual de mal que cuando el experto futbolístico Maldini dice en el programa "El larguero" que "Los números de Torres son lapidarios", frase que me chiva una amable lectora de esta sección. Sin duda alguna querrá decir Maldini que los goles, las asistencias, las jugadas, los remates de Fernando Torres son tan buenos que merecerían grabarse en piedra indeleble o indelebles en piedra. Pero, también sin duda alguna, lo que realmente está diciendo es que los números del "Niño" Torres (su número de goles, su número de asistencias, etc.) son tan concisos y solemnes que bien estaría llamar al marmolista para que los grabase en piedra. Y, qué quieren que les diga, no sé yo qué cosa sea un número de goles conciso, la verdad. Imagínense a alguien que comentara: "¡Vaya gol más conciso que acaba de marcar Messi!" .

Si el experto Maldini ha aplicado al fútbol una locución hecha que procede de la filosofía, la literatura o la historia ("frase lapidaria", frase que merecería grabarse el piedra por su concisión, etc.), el diario "El Mundo" aplica un término deportivo o primordialmente futbolístico a las actividades de Al Qaeda, ahí es nada. Leo con espanto y perplejidad: "Al Qaeda "ficha" a los terroristas somalíes de Al Shabab". Qué curioso: sin las comillas en "ficha", el titular sería correcto gramaticalmente, aunque abominable en su formulación. Diría entonces, literalmente, que Al Qaeda ha obtenido los servicios o la ayuda de los terroristas somalíes de Al Shabab. Pero, quizá queriendo hacerlo bien el periodista, pone las comillas, o sea, indica que el término "ficha" está sacado de su contexto habitual y es entonces cuando, por cargarse de estilo, compone un titular gramaticalmente incorrecto y que sigue siendo abominable en su formulación. Digo lo de "abominable" porque si bien admiro, aplaudo y uso las innovaciones lingüísticas de los compañeros que escriben sobre deportes (desde aquella "serpiente multicolor" aplicada al pelotón ciclista, hasta el grito de "¡Psicosis en Altabix!", campo del Elche CF, con que un radiofonista sobresaltó una tarde de domingo de mi infancia) abrir la puerta a cosas como ese "fichar" terroristas podría dar lugar a espantosos titulares, a horrendas crueldades en pro de la supuesta gracia y el presunto donaire. Así, una explosión que hubiese causado unas cuantas víctimas mortales (antes llamadas "muertos") podría verse transformada en columna informativa bajo el siguiente titular: "Bombazo por toda la escuadra", y acaso con un desarrollo de la noticia en cuyo cuerpo figurasen expresiones todas ellas muy desafortunadas a la par que ofensivas, como "la explosión pilló en fuera de juego a los afectados", "el marcaje al hombre de los terroristas resultó efectivo", "los terroristas ganaron por goleada" o "fueron muy aplaudidos por la grada los gestos técnicos de las asistencias". El lenguaje futbolístico ha tomado muchas expresiones del bélico (el fútbol, ya saben, es una metáfora de la guerra): contraataque, ofensiva, táctica, estrategia… Pero, vueltas las cosas del revés, tomando el lenguaje del fútbol para aplicarlo a las guerras o a las acciones terroristas, banalizamos y faltamos al respeto. Queremos escribir frases lapidarias y acabamos lapidando al idioma y al sentido moral común.