Las fiestas de Navidad y Reyes en Pontevedra hace medio siglo eran bien distintas que las actuales. De entrada, puede asegurarse con rotundidad que resultaban más familiares, quizá más entrañables y, desde luego, eran menos consumistas. Las obras benéficas estaban muy presentes en los corazones pontevedreses, que dieron repetidas muestras de generosidad, cariño y solidaridad en unos días tan señalados.

Aquellas navidades de 1961, nuestra ciudad vio los primeros destellos de una cierta prosperidad entre la naciente clase media, que iba a marcar la década de los felices 60, dejando atrás el racionamiento, la penuria y el miedo de la prolongada postguerra.

"Si les digo que es realmente extraordinario el ambiente navideño que se respira en Pontevedra, sé que no les digo nada nuevo, porque incluso el más ciego lo habrá notado ya con solo darse un paseo por nuestras iluminadas calles". Así comenzaba una crónica de la época, con un título harto elocuente: "Pontevedra arde en fiestas".

Las fiestas de Navidad comenzaban con el montaje de los nacimientos, que era tarea colectiva, y no faltaban en ningún hogar pontevedrés. La afición tan grande se canalizaba a través de una asociación de belenistas, presidida por el doctor Celestino Fontoira, que organizaba un concurso para premiar al más original, más artístico y más realista de los nacimientos inscritos.

La búsqueda del musgo para configurar el paisaje de los nacimientos tenía para los niños un aliciente añadido. Y nunca faltaba, año tras año, la compra de nuevas figuritas para ampliar sus composiciones. La cerería de Paz Vidal, en una esquina de la plaza de la Verdura, se llevó la palma durante muchísimos años en la venta de figuras. El Gran Garaje era otro punto de referencia para dichas compras, y continúa siendo hoy uno de los pocos lugares donde aún pueden verse en sus escaparates.

Puertas afuera y a mayor escala, despertaban gran admiración los belenes de algunas iglesias, desde Santa Clara, hasta Santa María, y gozaban de mucho predicamento los enormes nacimientos que ofrecían el Hogar Provincial, el Hospital Provincial y la Caja de Ahorros. Las visitas a estos lugares siempre formaron parte de las agendas familiares en estos días.

A falta de centros comerciales, que no se habían inventado aún, eran las tiendas de ultramarinos quienes hacían su agosto en diciembre. "Los establecimientos de alimentación y las confiterías --decía un periódico de aquellos días-- se hallan abarrotados de consumidores, y el ambiente es de máxima alegría y jubilo".

El Ayuntamiento comenzó el día 20 de diciembre de aquel año 1961 el reparto de vales de productos navideños entre las familias más necesitadas e incluidas en el padrón de la beneficencia. La Campaña de Navidad tuvo un eco extraordinario en la prensa, que recogía puntualmente las listas de donantes. Al final, se recaudaron más de 90.000 pesetas, una cantidad muy importante para la época.

Las cajas de turrones y mazapanes, botellas de vino y licores que, a modo de aguinaldo, rodeaban en las calzadas a los agentes encargados de regular el tráfico urbano, era otra estampa habitual. Fiel a su cita acudió aquel día 23 por la tarde, la sin par caravana del Vespa Club pontevedrés, que cumplimentó a los agentes con su tradicional visita, pese al mal tiempo reinante, que derivó en temporal durante la misma Nochebuena.

Tanto el presidente de la Diputación, Landín Carrasco, como el alcalde Filgueira Valverde, acompañados de sus respectivas esposas, acudieron a los principales establecimientos benéficos (Asilo, Hogar y Hospital sirvieron menús extraordinarios) para estar con todos los acogidos antes de la cena de Nochebuena.

A lo largo de aquellos días, no cejó ni un momento el ir y venir infantil ante los escaparates de la popular ferretería Varela (donde hoy está Burger King), convertida cada Navidad en una suerte de "juguetelandia". Aquella enorme cristalera era un regalo para la vista y también para la imaginación de los niños pontevedreses. Allí apoyados pasaban todo el tiempo que podían, escribiendo una y mil veces sus cartas mentales a los Reyes Magos, mientras localizaban y elegían sus juguetes favoritos: "me pido, me pido, me pido€"

La Pascua militar tenía una celebración de ámbito provincial y el Palacio Municipal servía de marco para una recepción que ponía el broche final a las fiestas navideñas. El gobernador militar José Pérez y Pérez, presidió el solemne acto al que asistieron todas las autoridades, civiles y militares, tal y como imponía la ocasión.

Aquellas fiestas navideñas concluyeron el lunes, 8 de enero de 1962, con la vuelta a los colegios y la "Despedida del villancico" en el convento de Santa Clara, que corrió a cargo de los Cantores del Instituto.

Hasta allí acudieron aquella noche todas las personalidades, que minutos antes habían inaugurado en el Museo una exposición pictórica de floreros-bodegones de destacados artistas del siglo XIX, presidida por el director del Museo del Prado, Francisco Javier Sánchez Cantón, antes de dejar su ciudad natal tras pasar aquí tan entrañables fiestas.