Recientemente, necesitado de un par de datos, volví a consultar "Impostures intellectuelles" (Ed. Odile Jacob, 1997) el libro que sirvió a A. Sokal y J. Bricmont, físicos los dos, para lanzar un ataque jocosamente devastador dirigido a las evocadoras supercherías de algunos sicoanalistas de renombre, tales como Kristeva o Lacan, si bien no solamente contra ellos. Y ya con el libro en la mano no lo pude soltar, la verdad, riéndome a carcajadas al rememorar la lista de víctimas caídas bajo la ironía en el frente de la impostura. La masacre fue tremenda, casi total, y el descrédito en el que se hundió desde entonces el psicoanálisis en Francia pareció definitivo aunque el golpe mortal se lo había dado previamente la neurociencia en EE.UU.

La avalancha de libros que siguió y sigue desmontando las supercherías sicoanalíticas remachan el ataúd en el que yacen las fantasmadas del pensamiento mágico montado por una secta arrogante, mediocre, estafadora y manipuladora del desvalimiento espiritual de personas síquica y afectivamente muy frágiles. No fue mérito menor de Sokal y Bricmont dinamitar, con una contundencia definitivamente resolutoria, la insustancial logomaquia de Lacan y epígonos, recubierta con los ropajes de las ciencias duras –física cuántica, lógica de Gödel, topología, etc.- que se otorgaban a ellos mismos, de esa guisa, un autoaval de cientificidad. Conscientes que eran de que el zócalo sobre el que reposaba su actividad, práctica y teórica, se sostenía en el aire. Es decir, se sostenía en una jerga enigmática, sin el mínimo contenido científico, recurriendo en última instancia a las técnicas de manipulación personal propias de los gurús.

Cuanto más oscuro, mejor

Pero no solamente el psicoanálisis se camufla en ciencia. En una crítica sin concesiones, Levy-Strauss escribió, en "La pensé sauvage", que ´…en el sistema de Sartre, la Historia desempeña el papel que corresponde al mito (entre los salvajes)". Lo cual no deja de resultar grotesco, casi insultante para sus lectores, los de Sartre, digo, pues se jactaba de que su filosofía se apoyaba en la metodología científica del materialismo dialéctico. Pero no terminan con ello las imposturas porque el mismísimo Levy-Strauss, tan crítico para con el desparpajo metodológico de Sartre, incurre también en la triquiñuela de apoyarse en el pretendido simbolismo legitimador de las matemáticas con la pretensión de generar un techo teórico amparador de una incuestionable autoridad. Cuando Levy-Strauss se acoge al oscuro, por ininteligible entre los no iniciados, prestigio de las matemáticas en nuestra sociedad, uno no entiende bien –al menos en mi caso- a cuento de qué viene esa pretensión -como no sea, igual que en Lacan, para autoavalarse- porque, si bien se mira, las matemáticas no desempeñan ningún papel relevante en su obra. Quiero decir, sin las matemáticas lo que propone Levy-Strauss se entiende bastante mejor. Así, el renombrado antropólogo y etnólogo (que cuando se iba de fin de semana le ponía una cadena con candado al frigorífico para que su asistenta, de Betanzos, no le robara la comida, según él) cita cada dos por tres, y a destiempo, la teoría de grupos en situaciones en las que está presente simplemente la simetría. Es asimismo falso que hubiera extraído el concepto de estructura elemental del parentesco gracias a los grupos de Klein. Fue André Weil, cofundador de la peña Bourbaki, quien le suministró el aparato matemático y los resultados. O sea que, en cuanto a automitificaciones, oscurantismo y mistificaciones, Levy-Strauss, tan exigente con otros, tampoco andaba mal.

De los mitos en Otero Novás

Son mitos de otra naturaleza los que trata José Manuel Otero Novas en su reciente ensayo "Mitos del Pensamiento Dominante" (Ed. Libros Libres 2011) pero si los ponemos en fila con los anteriores, sin descartar otros muchos -y me vienen ahora a las mientes varios de carácter científico- casi alcanzamos la pesimista conclusión que la humanidad vive asentada en un bullente magma de cacao mental en el que burbujean grandes y pequeñas imposturas, a veces astutamente calculadas -y llevadas a buen término con extraordinaria destreza- pero en otros casos rezumadas simplemente por el relativismo de nuestro tiempo. Porque nuestro tiempo es, sí, el del pensamiento débil ¿Qué puede esperarse de la tensión intelectual de una época en la que no pocos toman aún a Freud por unos de los faros de la humanidad? ¿Qué esperanza queda de no caer en el nihilismo si por doquier se escucha que todas las ideas son igual de respetables?

Para lo que interesa señalar, poco importa que los mitos –concepto al que doy aquí en parte el sentido de impostura en aras de enlazar la empresa desmitificadora de Otero Novas con la de, verbigracia, Sokal y Bricmont- sean promovidos por amplias mayorías, sostén de democracias ahogadas en su propio caldo de cultivo por la peste de lo políticamente correcto- o por muy activas minorías. Entre las cuales están los masones, según Otero Novas, aspecto de su libro que no comparto.

No obstante, el hecho constatable es que, por una u otra via, ciertas imposturas/mitos acaban alcanzando prácticamente el rango de dogmas. Y mal le irá a quien milite, esto es, cierre en contra. Por el contrario, la intelectualidad orgánica pasea audazmente por los pasillos del poder sin arriesgar siquiera una arruga en la camisa.

Hipocresía apolínea

La tremenda hipocresía que infecta a nuestra sociedad se manifiesta claramente, por poner un ejemplo, en la cobardía de los intelectuales que no se atreven a denunciar y, peor aun, contribuyen ideológicamente al ocultamiento del acoso organizado y omnipresente que grupos juveniles de origen extranjero –magrebís, subsaharianos, rumanos y latinoamericanos- o de etnia gitana nacional, han instaurado en el entorno vital de otros jóvenes españoles menos preparados para la violencia. Esa intelectualidad, con frecuencia adscrita a la izquierda lerda, cuyo cometido debería consistir en asumir la denuncia sistemática, documentada y razonada, sin miedo a las consecuencias, de las lacras sociales – y una de las peores es la violencia asimétrica que sufren los jóvenes incluso en la propia escuela y lugares de ocio- acaba, por el contrario, justificándola como un efecto colateral, perfectamente asumible, de la libertad y la democracia. La cual, en su discurso interesadamente buenista, tiene un precio que compensa pagar para que el hedonismo apolíneo domine en nuestra sociedad al orden dionisiaco, siempre ceñudo y mal encarado. Según la corrección política en vigor, claro está.

Ya en su anterior libro, ("El retorno de los césares" Ed. Libros Libres, 2007)) Otero Novas examinaba los ciclos apolíneos y dionisíacos de la cultura occidental; digamos, simplificando mucho, libertad frente a orden, igualdad frente a esfuerzo. En este reciente ensayo, retoma la pregnancia actual de algunos valores apolíneos a los que se les endosan, a veces sin demasiado fundamento, una naturalidad, estabilidad y superior jerarquización cualitativa que distan de ser evidentes a poco que se analicen de forma objetiva, lúcida y con desapasionado talante. Debo reconocer que, aún sin compartir algunos enfoques del libro del ensayista vigués, su empresa desmitificadora de conceptos o formas de vida que, sin pararse en mientes, nuestra sociedad da por intrínsecamente buenas y absolutamente razonables, suenan maravillosamente bien a mis pecadores oídos.

Baste recordar, confirmando el escepticismo de Otero Novas, que el extraño, contraintuitivo, "teorema de imposibilidad" de Arrow –el más importante de las ciencias sociales- aniquila cualquier pretensión de una decisión colectiva que respete una serie de condiciones -hipótesis y convenciones- que en una sociedad democrática se tienen por racionales y naturalmente necesarias. Arrow demostró matemáticamente que no existe ninguna regla de decisión colectiva que satisfaga las condiciones básicas junto con la hipótesis de ausencia de dictador, por eso se le llama "teorema de imposibilidad".

Hasta en ciencias proliferan los mitos

Confieso que me ha frustrado ligeramente que Otero Novas excluyera voluntariamente los mitos que se tejen alrededor del conocimiento científico ("en este ensayo no voy a tratar de los conocimientos científicos o técnicos" dixit) porque la impostura y los intereses creados que los mantienen activos son de la misma envergadura que en ciencias sociales o en política. Por ejemplo, este año el premio Nobel de física recayó en los astrofísicos que descubrieron y comprobaron que el Universo se expande con aceleración creciente. Esto significa, ni más ni menos, que la capacidad predictiva de la Relatividad General se tambalea, acercándose casi al derrumbe, puesto que predice justo lo contrario: que el Universo se expande desacelerando la velocidad de expansión. Sí, ya sé, la "energía oscura" y todo eso, pero no deja de ser un parche.

También me parece muy indicativo del poder y oscurantismo de los científicos con mando en plaza, cómo se trató el asunto de la velocidad superlumínica de los neutrinos. Los comentarios, análisis y reseñas que todos leímos en la prensa –incluidas revistas de divulgación científica de buen nivel- en general estaban más atentos a las consecuencias desmitificadoras para con la divinizada e icónica figura de Einstein que con las consecuencias puramente analíticas del experimento Opera. Además, tomando sus deseos por realidades, prácticamente todos los físicos manifestaron la esperanza de que el experimento fuese erróneo. Pero por lo que a mí se me alcanza, y cruzo los dedos, la probabilidad de que el experimento Opera se confirme es mayor que la de descubrir el bosón de Higgs. Pues bien, esto mismo lo escribe un físico profesional en un periódico y sus colegas lo lapidan.

Novas, contra el pensamiento débil

En fin, no es recomendable el libro de Otero Novas para los adeptos al tópico y al lugar común toda vez que podrían llevar algún susto añadido al que nos depara la bulliciosa actualidad con sus primas de riesgo –que no se llaman precisamente Erina ni Adelaida- y otras tristuras de esta época abundosa en derrumbes.

Y quede aquí constancia, por justicia y por si la vida no me depara otra oportunidad de afirmarlo públicamente, que José Manuel Otero Novas es, sin duda alguna, uno de los hijos más eminentes que dio Vigo, rico en grandes hombres y no digamos mujeres, en los últimos cien años. Persona extraordinariamente sencilla en el trato, modesta en sus opiniones, discreto tanto en el triunfo como en la adversidad, nadie que no lo conozca a fondo podría pensar de él, por su externalidad elegantemente queda, que su corazón alberga una pasión de genio volcada al conocimiento del mundo. Especialmente de los resortes ocultos que subyacen en la verdadera dinámica de la Historia. De él, de José Manuel, podemos decir, y yo lo digo casi con violencia, que no es tributario del pensamiento débil.

*Economista y matemático