Contra lo que se piensa, uno de los mayores peligros que para el interés general tiene la crisis es que se imponga en todo la razón económica y se haga desaparecer la razón política. Sería paradójico, pues justamente la omnipotencia de la razón económica, libre de controles, está en el origen mismo de la crisis. Todos los poderes públicos, en los que con mejor o peor desempeño habita la razón política, están perdiendo legitimidad de forma acelerada, como principales imputados en el juicio popular por el desastre económico. Su cotización, de la Unión Europea al más pequeño de los ayuntamientos, ha caído en picado. Esa deslegitimación coarta su poder para actuar en medio de la crisis y los paraliza a la hora de establecer controles rigurosos sobre la economía, para que aquélla no se repita. Ni ellos mismos, cuando se culpan entre sí, parecen conscientes de esta catástrofe civil.