El Premio Nobel de Economía de 2011 ha recaído en dos científicos sociales excepcionales: Tom Sargent, profesor en New York University, y Chris Sims, profesor en Princeton University.

Y si el Premio Nobel es siempre motivo de celebración, pues supone el reconocimiento público de un trabajo académico que nos hace aprender mucho sobre el mundo, este año la celebración es muy personal, pues ambos economistas me son muy cercanos. Sargent ha sido coautor mío en investigación y Sims ha sido, con su apoyo constante, una persona clave en mi desarrollo profesional.

Es más, sin el trabajo pionero de Sargent y Sims no se puede entender nada de mi investigación. Todos y cada uno de mis artículos científicos son pequeños pasitos para intentar completar el gran edificio de la macroeconometría moderna que Sargent y Sims planearon hace ya varias décadas. Este proyecto no es más que el aunar la teoría económica moderna (dinámica, estocástica y de equilibrio general) con los más avanzados métodos estadísticos para evaluar y diseñar políticas económicas que incrementen el bienestar de todos. Como mejor prueba de ello, todos los bancos centrales del mundo, desde el Banco de España a la Reserva Federal americana pasando por el Banco Central Europeo emplean, como instrumentos claves en su quehacer cotidiano de fijar la política monetaria que nos afecta a todos, técnicas desarrolladas por Sargent y Sims.

Motivado por esta relación personal, y en vez de una exposición detallada de su trabajo (permítame en todo caso, querido lector, recomendarle que visite la página web de la academia sueca, www.nobelprize.org, donde podrá encontrar una explicación muy didáctica de sus contribuciones científicas), querría emplear estas líneas para transmitir algunas de las cualidades que hacen de Sargent y Sims personas únicas.

Si pudiese resaltar algo de cada premiado, de Sargent destacaría su pasión intelectual y de Sims, su brillantez.

Sargent es una de esas personas que hará investigación con una intensidad total hasta el último día de su vida. No hay área de la economía que no le apasione ni reto intelectual que no le llene. Ha estudiado desde la política monetaria de la Corona de Castilla cuando llegaron los metales preciosos de América hasta el problema del desempleo en Europa en un mundo globalizado, desde los orígenes económicos de la revolución francesa a la inflación americana de los años 70 del siglo pasado. Y todo ello alejado de prejuicios ideológicos y solo guiado por la honestidad intelectual.

Su constante ansia para siempre aprender cosas nuevas me la demostró cuando di un curso de doctorado en New York University hace unos años. Sargent se sentó en todas y cada una de mis clases, lo cual me aterraba (por si yo metía la pata) y me asombraba por su disposición a escuchar lo que yo, que no era (y no soy) más que un mocoso, tenía que decir. Tal lección de humildad y de rigor científico me acompañará siempre.

Es por ello que la mitad de los profesores de macroeconomía de las mejores universidades del mundo son estudiantes de Sargent o estudiantes de estudiantes de Sargent y los que no lo somos de manera directa, lo somos de manera indirecta por sus libros de texto, que son casi universales en los programas de doctorado punteros. Yo mismo, sin ir más lejos, me enamoré de la economía como por 1992, en mi segundo año de carrera, después de leer los primeros capítulos de uno de ellos (libro que pedí a Sargent que me firmara la primera vez que vino a mi oficina).

De Sims mencionaba la brillantez. Pocas personas he visto en mi vida con una capacidad tan impresionante de entender los más complejos argumentos en unos segundos y de encontrar sus fallos. Hace ya muchos años me dedicaba a presentar por muchas universidades y congresos de economía uno de mis trabajos en el que explicaba cómo aplicar un método estadístico para emplear los datos económicos para desarrollar mejores modelos. Normalmente, tras mi presentación, la gente se quedaba confusa, en parte por mis propias carencias explicativas, en parte porque es una cosa un poco complicada si uno no tiene experiencia en el tema. Sims lo vio en 30 segundos y encima descubrió que mi coautor, Juan Rubio (catedrático en Duke University) y yo habíamos derivado mal una fórmula matemática. Esta brillantez le ha llevado, además, a ser extraordinariamente crítico con su propio trabajo y a autoexigirse niveles de exactitud y certeza en sus afirmaciones que demuestran una seriedad intelectual increíble.

Finalmente, y a nivel personal, tanto Sargent como Sims son personas modestas, sin la más mínima pretensión. Ambos insisten en que les llames "Tom" o "Chris", en vez de esos muchos profesores (de los que sufrimos más de uno en España) que exigen el uso de títulos y deferencias, y su oficina siempre está abierta para hablar de economía. Quizás por ello, sus estudiantes y compañeros de departamento siempre han tenido una especial "devoción" y cariño por ellos.

Si en mi carrera profesional pudiera imitar, en la limitada medida de mis fuerzas y solo un poquito a Sargent y Sims, sería la más íntima satisfacción a la que puedo aspirar.