Pues la verdad es que, dicho sin la menor pretensión de escribir una epístola moral o de decirle a la Xunta lo que debe hacer –que faltaría más–, quizá no estorbase sin embargo alguna reflexión sobre el modo de tratar el problema planteado por un sector de los docentes. Y que parece ser el del enfrentamiento directo y sin contemplaciones con los disconformes, que si nunca es recomendable, en lo educativo menos.

No resulta aventurado supomer que opta por esa terapia de choque si se atiende a mucho de lo que dijo ante su comisión parlamentaria –según relatos periodísticos– nada menos que el director xeral de Centros. Probablemente en un mal día y con exceso de celo en la defensa de sus jefes –porque solo así se entiende a ese señor Pinal– insinuó que la parte del profesorado que protesta –nada desdeñable, a juzgar por la manifestación del viernes– es un conjunto que escaquea sus deberes e incumple sus obligaciones. Vaiche boa.

Lo peor del asunto no es solo que tras oírlo pueda haber muchos alumnos –y sus familias– que duden de la calidad de la enseñanza que reciben, sino que –si fuera verdad lo que dijo este alto cargo– se les estaría dando inmunidad a quienes incumplen. Porque no hay noticia de que en dos años y medio se ejerciese desde la Xunta acción alguna para impedir lo que ahora denuncia.

Así las cosas, una de dos: o el director xeral exageró tanto que olvidó la verdad al decir lo que dijo, o era cierto y entonces denunció sin quererlo una dejación de funciones al permitirlo. Ninguno de los dos supuestos lo deja en buen lugar, ni tampoco saca lustre a su consellería, pero don José Manuel tiene la suerte de que en este gobierno del PP, como en tantos de distintos colores, las dimisiones escasean y los ceses son una excepción.

Algunos observadores creen que la boutade del director xeral forma parte de una táctica –orientada a descalificar la movilización sindical del profesorado– elaborada desde las más altas instancias. Y en esa interpretación encajaría la coincidencia de unas declaraciones del señor presidente Feijóo en sentido semejante a la de su subalterno. Porque don Alberto aludió a la jornada lectiva de los maestros –y a su supuesta resistencia a trabajar más– de un modo que solo confunde a la gente. Mala cosa.

Conste que eso, que ya se hizo antes con otros colectivos públicos, no pretende tanto la reparación de un mal como ganar tiempo para pasar página. Y eso es otro error.

¿Eh?