Ahora que Zapatero ya se habla con el papa y hasta le pide consejos para sacar a España de la crisis, va a ser una cantante con nombre de Virgen -Madonna- la que le tome el relevo a la hora de promover la Alianza de Civilizaciones ideada a medias por el presidente español y su colega turco Erdogan.

Hija de un italiano presumiblemente papista que le legó el apellido Ciccone, Madonna acaba de prohijar a su vez como novio a Brahim Zaibat, un chaval francés de 24 años que profesa la fe musulmana. Al choque de edades entre los 53 tacos de la cantante y su veinteañera pareja se une en este caso el conflicto de religiones, dado que Madonna es una activa militante en los secretos de la Cábala judía. Quién sabe. Quizá este noviazgo intercultural ayude a sosegar la vieja pendencia entre árabes e israelíes allá por tierras de Oriente Medio.

Para añadir más picante al asunto, Madonna se ha destacado en su ya no breve carrera artística por la tenacidad en las burlas a los cristianos en general y a la Iglesia católica en particular. El videoclip de su temprano éxito “Like a prayer” -“Como una oración”- abundaba en cruces flamígeras a la moda del Ku-Klux-Klan y, bajo ese paisaje de fondo, la artista no dudaba en insinuarse libidinosamente a un santo negro que bien pudiera ser San Martín de Porres. Años más tarde reincidiría aún en ese tema al incluir una crucifixión -lógicamente simulada- dentro de la escenografía de una de sus giras por el mundo.

Ya sea por prudencia, ya porque el Islam le quedaba lejos, Madonna no quiso incurrir en las mismas provocaciones con la religión musulmana: y así se ahorró los enojosos problemas que otros han sufrido -por mucho menos- con los ayatolás, los talibanes y los imanes. Quizá intuyese ya entonces la contribución que iba a hacer a la Alianza de Civilizaciones sin más que ennoviarse con un musulmán francés de origen argelino al que ahora podrá instruir en los sutiles misterios de la Cábala judaica.

Retrucarán tal vez los escépticos que no se trata tanto de un asunto religioso como de una cuestión monetaria de esas en las que a menudo abunda la historia de la Humanidad. De acuerdo con tal hipótesis, Madonna no habría hecho otra cosa que reproducir -a la inversa- el viejo cliché del millonario cincuentón, sesentón u octogenario que se vale de la fama y/o el dinero para poblar su cama de jovencitas con deseos de prosperar. El único requisito imprescindible en estos casos es que los dos enamorados (si es que los dos o alguno de ellos lo está) deben vivir por fuerza en un país regido por los usos de Occidente: ese hemisferio corrupto que promueve la libertad y la separación entre Iglesia y Estado. Quiere decirse que en Irán o Afganistán no podrían hacerlo, como es lógico.

No es la primera vez que Madonna se pone el mundo por montera -y hasta por bandera- para dar un impulso a la carrera profesional de sus eventuales acompañantes. Si acaso, sería novedad el hecho de que su último novio apenas postadolescente milite en la causa de Alá, mientras ella lo hace en la de Yahvé. Son, a fin de cuentas, dos distintos nombres para aludir al mismo Dios, por más que esa pequeña diferencia terminológica siga enfrentando a los musulmanes decididos a borrar de la faz de la Tierra a Israel con los judíos a quienes la Biblia atribuye la condición de pueblo elegido entre todos los demás.

Por fortuna, la cantante devota de la Cábala y su novio musulmán no son Romeo y Julieta ni tendrán que afrontar, por tanto, las querellas familiares propias de Capuletos y Montescos. Bien al contrario, su noviazgo debiera ser un ejemplo para superar la vieja contienda que divide a hebreos y mahometanos. Ahora que la Alianza de Civilizaciones está en horas bajas, nada mejor que un buen acuerdo basado en el revolcón para traer paz y bien a este convulso planeta. No hay más que ver cómo Zapatero le pide consejo sobre finanzas al papa alemán.

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