Es relativamente elevado el número de artistas que dedicaron muchos de sus mejores esfuerzos a destruirse como personas y pusieron en ello tanto empeño como el que habían empleado antes en el desarrollo de su obra. Una amiga me pide opinión sobre los motivos por los que creo que alguien que ha tenido una vida artística exitosa decide autodestruirse hasta el punto de terminar incluso con su vida. Muchas veces me hice esa pregunta y jamás supe darme una respuesta que yo mismo, aunque solo sea por conveniencia, encuentre convincente.

Como uno es muy libre de especular, se me ocurre que algunos artistas consideran que ya no pueden expresar más ideas por el camino del Arte, creen que sus vidas carecen entonces de sentido y deciden que lo mejor es echar mano de una pistola y desaparecer después de haber firmado el cadáver con su propia sangre. ¿Un cobarde? Según la idea convencional de la cobardía, lo es. Pero me pregunto si además de soportar la carga emocional de un talento a menudo convulso, el artista está obligado también a ser un valiente. ¿No es acaso cierto que el equilibrio de su obra lo consigue a menudo el artista gracias a llevar una existencia vacilante, desarraigada, ajena al modelo social en el que se desenvuelve? ¿Será tal vez que el Arte es la sublimación de una patología mental y que el artista se aferra a su talento porque no tuvo suerte cuando quiso aferrarse a los dulces sabores de la vida ordinaria? ¿Y si resulta que la genialidad es solo la consecuencia patológica e incontrolada de no haber sido capaz de ser un feliz hombre corriente? ¿Puede ser el talento artístico una perversión lúcida del desencanto, acaso una brillante e incontrolable malformación de la inteligencia?

Aunque no conozco en profundidad la vida de los grandes artistas, intuyo que muchos de ellos recurrieron al Arte porque no supieron que otra cosa podrían hacer con su talento. Ni siquiera los numerosos psiquiatras que estudiaron su caso se ponen de acuerdo al explicar la compleja personalidad de Vincent Van Gogh, de quien algunos nos saben si hacer un comentario crítico que analice su obra o emitir un diagnóstico médico que la justifique. El pintor holandés fue un tipo tenaz para perseverar en el desarrollo de una obra que por su abundancia puede considerarse incluso obsesiva. En cambio, carecía de paciencia para afrontar los fracasos de su vida cotidiana y, sobre todo, para sobreponerse con cierta dignidad el fiasco permanente de su vida sentimental. De hecho retrató con cariño a unas cuantas mujeres a las que probablemente en un decepcionado arranque de furia habría preferido decapitar. A Van Gogh le dolía mucho que ellas no se parasen a conocerle y sin embargo su venganza no consistió en despreciarlas, sino en someterlas con sus pinceladas al agradable suplicio de la inmortalidad. El Arte era probablemente su recurso para escupirles a la cara sin que se sintiesen ofendidas. ¿Y de quién era la culpa? Por supuesto, de nadie. Entre las rentas que se derivan del talento no figura necesariamente la plusvalía del amor, así que el ofuscado pintor holandés arrastró con inmenso dolor una existencia llena de insatisfacción y de amargura, sufrió el traumático sinsabor del fracaso con las mujeres y se quitó la vida sin que los psiquiatras sepan muy bien por qué lo hizo, supongo que desolado por su incapacidad emocional para absorber más reveses, tal vez atraído por la certeza de que la muerte era el único lugar en el que podría pasar a gusto el resto de su vida, quien sabe si porque al final se dio cuenta de que la incapacidad para granjearse en vida el amor de alguien se compensa a veces con la oportunidad de conseguir su compasión con motivo de que la chica de sus sueños sepa que aquel tipo errático e incomprendido se pegó un tiro pensando heroicamente en que ella tuviese un motivo público y notorio por el que ponerse en misa el elegante tafetán de su vestido negro.

Superado el impacto de la noticia del suicidio de Vincent, la gente de su vecindad habrá hecho sin duda todo tipo de comentarios perversos sobre su vida. El desprecio del talento suele considerarse en ocasiones una conquista moral de la gente corriente. A veces lo único que cuenta tras la muerte del artista es que el tabernero se haya resarcido a tiempo de sus pufos. Pero así es la vida de tantos artistas que fueron sublimes en su obra y profundamente desdichados en su vida. ¿Por qué se autodestruyen? ¿Es el suicidio un recurso del artista para salpicar con su sangre la conciencia de quienes en vida le castigaron con su indiferencia? Yo no lo sé, claro. Tampoco es que tenga muchos datos. En un intento especulativo de indagar en la mente de Vincent Van Gogh, yo diría que mi admirado pintor se suicidó porque, pensando en la mañana del día siguiente, y sabiéndose tal vez en el límite al que había llegado su inspiración, comprendió que los sumariales y circunflejos cuervos de sus trigales habían dejado de poner en su cabeza los huevos que iba a necesitar para el desayuno.