He visto partidos extraordinarios de Rudy, pero no he visto todavía el mejor partido de Rudy. He presenciado jugadas escalofriantes del mallorquín –qué tal tres robos consecutivos de balón en una sola jugada de la NBA–, pero el día que mantenga la concentración durante treinta minutos pulverizará las estadísticas de la competición.

Ahora que ha fichado por los mejores del mundo –y que los mejores del mundo informan desde Dallas que han mejorado con Rudy–, conviene recordar que ya ha sido el mejor del planeta en numerosos encuentros. Sus nuevos propietarios apuestan a que esas manifestaciones fulgurantes adquirirán consistencia durante el centenar de compromisos de la Liga y los play-offs.

Antes de desplazarse a Dallas, Rudy ya era un maverick. Literalmente, una res sin marcar, que obedece a su fenomenal instinto sobre la pista. Una maldición para los entrenadores ordenancistas, pero en la patria de Bush han celebrado al mallorquín con tanto fervor como la llegada del anillo. La contratación del "Majorcan rocket" –así lo presentaban en Portland– les ha convencido de que su equipo se toma en serio la renovación del título.

La posición geométrica del ala-escolta Rudy es 2,5, el eje del quinteto. Un perfecto escudero para Nowitzki porque, pese a sus destellos insuperables, está acostumbrado a que otros se atribuyan sus aportaciones fundamentales a los éxitos de la selección española, a que los expertos se apresuren a sustituirlo por un Ricky que no le iguala, o a que prefieran a un Navarro que le profesa desdén eterno y que no le pasa un balón. Por fin podemos exigir a Rudy que sea el mejor del mundo, ahora en propiedad.