A mi amigo Alejandro Diéguez, editor de mi obra, le he discutido muchas veces sus proyectos de promoción, no porque no me pareciesen razonables, sino por mi vieja resistencia a desplazarme a lugares que me alejasen demasiado de mi lugar de residencia, de los sitios que frecuento, y sobre todo, de mi barman de cabecera. Aunque lamentando que fuese en días de calor, accedí siempre a firmar ejemplares en la Feria del Libro de Madrid y poco más. Al salir ahora a la calle “Humo en la recámara”, mi editor y yo tuvimos ocasión de darnos un buen apretón de manos cuando sugirió que la presentación en Galicia se hiciese en la ciudad de Vigo. Llevo diez años como columnista en este periódico y lo único que lamento de mi estancia aquí es que no se produjese antes, cuando en otros periódicos gallegos me apretaban las clavijas y trataban de torcerme la mano para que escribiese como nunca supe ni quise escribir. Aquí firmaron mi abuelo y mi padre y aquí me gustaría acabar mi vida como columnista en la prensa gallega, si es que mis jefes están dispuestos a soportar a un tipo que a veces confunde la integridad con la indisciplina, que sufre depresiones que le ponen boca abajo contra el aliento ácimo de su sepulcro y nunca sabe muy bien si los compradores del diario se quedarán ciegos por culpa de leer sus textos. “Humo en la recámara” es una colección de historias relacionadas con el “Savoy”, el local nocturno eminentemente literario en el que me refugio desde hace doce años para superar las decepciones sufridas durante las madrugadas reales de una vida tantas veces contradictoria y casi siempre disipada. Fueron publicadas en la prensa de Madrid porque fue allí a donde me llevaron mis pasos cuando en Galicia se me cerraron las puertas, antes de que una madrugada arrimase el coche al arcén en la Autopista del Atlántico, me armase de valor y en la dolorosa duda de decidirme por el suicidio al volante del coche, le pidiese trabajo al director de “Faro de Vigo”. Aquella noche estaba a menos de una hora de mi ciudad, pero con la emoción de que el periódico vigués me abriese sus puertas sin hacer ninguna objeción, recuerdo que prolongué tanto la madrugada que tardé dos días en pisar el portal de casa, donde la verdad es que llevaba años dado por muerto. Una semana después firmé por primera vez mi columna “Aspero y sentimental” en estas páginas y empecé la etapa de mi vida profesional de la que me siento más satisfecho porque se me permitió una autenticidad absoluta, una manera de escribir cruda y sin embargo soñadora, dura y al mismo tiempo conmovida, a la que estaba a punto de renunciar cuando se me abrieron estas puertas y me consta que salvé la piel en un momento de mi carrera en el que a veces me vencía el sueño, y por no volver derrotado a casa, muchas madrugadas dormía en punto muerto con el coche arrimado a la tapia del cementerio. No me importa reconocer que en algunos de los personajes fracasados de “Humo en la recámara” he volcado con piedad el aliento compasivo y solidario que tantas veces yo eché de menos en mis colegas, del mismo modo que con frecuencia me sirvo de “Aspero y sentimental” para ventilar las frecuentes inmundicias y las escasas alegrías de mi pasado y dejar que mi conciencia me ajuste las cuentas sin volverle jamás la cara. El título del libro que se presenta ahora en Vigo se debe a una feliz ocurrencia de Rocío González, una amiga y colaboradora andaluza a quien antes había convertido yo en el único personaje vivo y real que alguna vez estuvo de madrugada en las ficciones del Savoy. También ella creyó en mi y se hizo lectora de “Faro de Vigo”, seguramente persuadida de que es en los textos de “Aspero y sentimental” donde mejor se me puede conocer sin necesidad de padecerme. Ella comprende también ahora por qué es Vigo la ciudad elegida. Sabe que fue aquí, en esta ciudad, en este periódico, donde pude ser verdaderamente libre en mi tierra, el lugar y las páginas en las que por fin he podido ser sincero sin necesidad de sentarme a llorar estreñido en el retrete de cualquiera de esos periódicos en los que a un tipo como yo solo se le permitiría decir la verdad con la condición de que la verdad fuese mentira. Pasé muchos años lejos de mi conciencia. Ahora, por fin, sé que estoy a este lado de mí.

jose.luis.alvite@telefonica.net